LA EMOCIÓN EN EL ARTE.
La historia del arte es la historia de los grandes silencios y de las grandes emociones. Es, de alguna forma, la historia de la espiritualidad más genuina del hombre. Por tanto, la menos manipulable por su capacidad para sobrecoger hasta arrancar el llanto más interno y veraz. El arte es una exposición de recuerdos, de complejas vivencias, de fracasos, de conquistas, de equilibrios y desequilibrios, de alteraciones. Y es así invariable y sorprendentemente desde Altamira y aún de antes, hasta nuestros días. Todas las épocas cumplieron con ese impulso sorprendente y necesario, sin que unas fueran a priori superiores a otras ya que todas forman los peldaños que llevan al final de la inconmensurable cúpula dorada del arte, donde ha logrado situarse para ser observada con admiración. Esa edificación de alturas, es la constancia de la técnica alcanzada por el hombre en su progreso, y con ella la emoción y el desarrollo de valores culturales aunque no siempre hayan ido en paralelo, pues a veces se produce, durante un tiempo indeterminado, la llamada edad de oro debido a la llegada de situaciones favorables que se engrandecen de las anteriores expandiéndose de este modo la libertad de creación.
Sin el legado y peso de la historia, no existiría posibilidad de continuidad, no de esta manera, ya que se frenaría el empuje necesario extinguiéndose posiblemente el poder de las vanguardias, de la fascinación, de la verdad y frescura que abren sendas nuevas hacia lo desconocido. Observar las novedades, ver cómo evoluciona el arte, nos hace permanecer jóvenes; nos sanea y purga; nos ofrece nuevos enfoques; nos limpia e ilumina la mirada; nos colma de ennoblecidos sentimientos. Todo arte es el resultado de estas inquietudes y de estos efectos propiciadores. Un buen ejemplo es comprobar cómo se ha presentado a lo largo del tiempo y de la historia el arte religioso tan bien conservado en su arquitectura, en su escultura y pintura, al concentrarse en la Iglesia el mayor poder económico y cultural en ciertas épocas. Tenemos la impresionante muestra del Renacimiento, y anteriormente la del gótico y del románico, por no hablar de Grecia y Roma. Hay un juego fetichista de plasticidad relevante de grandezas y miserias, donde se aprecia tanto lo mórbido y lo opaco, como las superficies brillantes. La obra de arte es un poderoso legado heredado a través de esfuerzos rutilantes; un legado al fin libre, abierto a todo, de donde cada artista toma inspiración y recoge cuanto necesita sin fundamentalismos técnicos ni mayores pretensiones. Libertad, porque el arte es ante todo y sobre todo un estado mental, un pálpito atrevido, una circunstancia del alma -como diría Joaquín Sorolla- que necesita de la atención incondicional de la mente, en reflexión callada y constante de lo que se realiza. Luego la obra hablará por sí misma, mostrará la parte esencial de la magia y del acierto que ha de tener, palabra secreta que aparece para explicarnos las bondades sensoriales que nos deja el momento clave de creación y soledad. Es en esos instantes que sentimos que nos habla, que deja de pertenecer al autor sintiendo éste que ha de retirarse humildemente, siendo un momento crítico y difícil por lo complejo que es saber cuándo se ha finalizado una obra.
De la emoción, del sentimiento, de la bondad del acto, nace la iluminación, la claridad intelectual e inspiración necesarias. El arte es quizás la mejor manera de sustituir la observancia de una religión cuando ésta no satisface plenamente ante una realidad donde necesitamos redimirnos o consolarnos. Eso es lo que ofrece el artista con su obra: una especie de redención a través del encantamiento, de la bonanza o de la inquietud reflexiva. Toda buena labor oscila, inevitablemente, entre el tormento y el éxtasis. En esa dinámica pendular surge la obra como enigma. Y ante el enigma, una disposición a entenderlo como si de una ecuación -no escrita ni formulada- de cientos de medidas y cuantificaciones asombrosas se tratase y hubieran de ser desarrolladas significándolas y magnificándolas, cerrando el ciclo creativo de la mejor manera posible.
Barcelona.-septiembre.-2013.
©Teo Revilla Bravo.
¡Qué bien has descrito lo que es el arte!
ResponderEliminarPalabras certeras, que me han enriquecido mucho. Gracias por ello.
Pienso que el arte nos mantiene vivos. No eleva a otro plano, con una mirada que trasciende sobre las cosas materiales.
Siempre es un placer visitarte querido amigo.
Abrazos
Muchísimas gracias por tu lectura, por tu visita y tu generoso alentador comentario, Maripaz. Me alegro que sirvan un poco estas líneas para situarnos y comprendernos en y con el arte,
EliminarUn abrazo.
Me adhiero a cada una de las reflexiones y definiciones que expones en el texto. Ya desde mi inquisitiva niñez me asombraba, pensando en Altamira, de necesidad del ser humano de transmitir sus emociones y sensaciones a los demás. Nadie le pidió al primer artista que reflejara su realidad y, sin embargo, lo hizo. Dejó su huella a través del arte, la prueba de que existió y de que sentía. Aún no deja de asombrarme cualquier representación artística como ADN sensitivo de toda una especie y su evolución.
ResponderEliminarCiertamente, Cyrano. El arte marca definitivamente la evolución humana -en el mejor sentido- que tuvo el hombre a lo largo de milenios. Sin el arte posiblemente se hubiera extinguido. El arte nos impulsa, nos alienta vida, nos salva. Un abrazo muy grande, querido amigo.
EliminarMe encanta amigo Teo todo lo que has escrito. Cuando coges esa vena filosófica que tienes, sueles explicar con mucha claridad conceptos que a veces nos cuesta de asimilar.
ResponderEliminarDe todo lo que has expuesto, quiero resaltar aquella parte, donde hablas del arte como un mecanismo que utiliza el ser humano en busca de la redención, bien cuando la propia religión que profesa lo deja huérfano de argumentos, o cuando ésta es incomprensible en su totalidad a quien la practica. Es allí donde el arte ejerce de mecanismo de salvación de la espiritualidad del ser humano. Creo que así ha sido desde tiempos inmemoriales y así seguirá siendo, ya que en el fondo el hombre aún se pregunta por qué vino al mundo y por qué debe morir. Una obra artística en cualquiera de sus manifestaciones, suele ser muchas veces un bálsamo mágico que cura las heridas del alma.
Cómo siempre es un deleite leerte aquí en tu blog...siempre aprendo algo nuevo.
Un abrazo fuerte amigo y poeta.
Alfredo Daniel Lopez Me alegra que entre todo resaltes esa parte del pequeño ensayo o escrito, amigo. Creo que sí, que el arte reemplaza la orfandad que a veces se siente ante el dilema de si pertenecer o no a una determinada creencia o religión por parecernos irrelevante o farisea.
EliminarMuchísimas gracias por tus comentarios que son una buena carga de ánimos, siempre necesarios. Un abrazo y disculpa tardanzas, a veces no doy abasto y contesto con lentitud...
Magistral reflexión sobre el arte y su trascendencia como cauce de expresión numinosa que permite al ser humano la aproximación a lo más espiritual que anida en su alma. Gracias, Teo.
ResponderEliminarGracias a ti, Francisco, por estimular a seguir en ello y por clara amistad.
EliminarFuerte abrazo.