SER POETA
La poesía hay que sentirla, intimarla, y ayudar en lo posible a que otros la sientan, gocen e intimen, es intentar trasmitir el sentimiento benefactor que genera. De nada sirve escribir versos si no se retiene el trasfondo humano y se goza de la forma literaria que intenta el poeta transmitir. Sólo quien la reconoce dentro de sí con intensidad puede manifestarla y revelarla. El poeta, que es quien la escribe y posee el don de hacerla posible a otros al pasar por el tamiz de la propia inteligencia, ya que requiere un esfuerzo inexcusable en ese sensible sentido. Ser poeta es respetar el lenguaje, amar el idioma en el que lee y escribe, es también saber alentarlo para que llegue a otros, algo que se logra si se sabe considerar el silencio de donde emana todo arte, esfera íntima desde donde surge hacia fuera la sensibilidad artística.
¿Cómo acercar la poesía al lector? ¿Cómo hacerlo desde
la misma niñez? Labor delicada ya que no se puede imponer ni hay normas
concretas de cómo hacerlo; la mejor fórmula está en la intuición, más que
en el estudio de cualquier tratado sobre ella. Imponer como enseñanza la poesía
o cualquier otra forma artística a un niño, puede empeorar el intento de modo
irreversible. Mandar leer a Quevedo a un joven de diez, doce, trece años, y
obligarle a hacer un trabajo exhaustivo sobre lo que ha leído y entendido, no
es la mejor manera de inculcarle valores poéticos, pues es probable que el
resultado sea el contrario al pretendido y lo apartemos del objetivo, quizás
para siempre. Ha de haber una acción lúdica, alentadora, donde se sienta cómodo; llegarle con la musicalidad y cadencia de los versos que emiten las palabras al ser recitadas, eligiendo un poema comprensible y
ameno; Escenificarlo con gracia ritual y festiva es otra buena forma de llegar.
Revitalizar los clásicos y hacerlos presentes es deseable, pero hay que dar
con la clave ideal para hacerlo. Tomar unas décimas de Góngora y hacer sentir al
joven que el pasado sigue vivo y no aburrido, es una posibilidad que no hay que dejar de
escapar por su conocimiento y bien
cultural.
La poesía debe ser sinónimo de vida y encuentro con la
dicha interior. Para lograrlo hay que ilusionar, recitando, formulando el juego
de la lectura, hallando versos ajustados a la edad que logren envolver al joven en la
magia que todo arte posee. Las palabras en poesía necesitan ser mimadas,
afiladas, lustradas, esculpidas. El poeta debe elevarlas del silencio interior,
al desarrollo hechicero de la escritura y a la eufonía que se deje sentir. Los poetas
exploran fascinados por lo que descubren sea alegre o triste, respetuosos y creadores, pues intentan cruzar las fronteras que hay entre lo
que la palabra dice y lo que calla y guarda.
La poesía es un tesoro de valores humanos benefactores e imprescindibles, que como todo arte forma parte de la esencia más noble y culta del
ser humano.
Barcelona. Abril. 2015.
©Teo Revilla Bravo.