"Melancolía", obra de Edvard Munch
LA MELANCOLÍA
“Un grano de
verdad basta a veces para sostener una vida” María Zambrano.
Afirmaba el escritor francés Víctor Hugo, que “La melancolía es la felicidad de estar triste”. De esa idea beben los textos de muchos poetas y escritores, demostrando que la melancolía y la memoria viajan al unísono de la mano. Sin el presente retenido, si se nos va la evocación de lo vivido confundido entre las nieblas olvidadizas de los días, la melancolía y la memoria pierden su sentido. Si nos falla el idioma, la belleza de sus palabras y el ansia de transformarlas en sentimientos relevantes donde acunar y retener los sentimientos, la vida se convierte en campo yermo. Sin lo platónico que aportan los sentidos como cómplices nuestros, sin amigos y personas afines, sin la música cuando entona la mejor canción llegada desde el pasado irremediablemente ido pero aún nuestro, nos invade la amargura de los temores y del envejecimiento: la felicidad parece escaparse para no volver, conquistando la tristeza nuestras almas.
Hacer del mundo algo propio
es necesario aunque duela cada reflexión que hagamos, aunque sepamos que
funcionamos contra corriente de un tiempo que pasa para ser irremediable
olvido.
La melancolía es un arma
defensiva porque, se quiera o no, se vive para alguien o algo que pareciera conjeturarse para no dejarnos ser
libres de verdad. Hay días en los que al abrir la ventana, con el primer aire
fresco del día siente uno la tentación a no seguir viviendo, mezclada con una
ensoñación de contornos difusos cercanos al suicidio; es como si la niebla se
hubiera instalado en nuestras almas y apretándola nos ahogara sintiendo un desasosiego mezclado de fuerte melancolía, sintiéndola más allá del lugar que ocupamos, de ciudades, campos, mares y montañas,
fundidos en un silencio milagroso que se resiste a morir.
Barcelona, noviembre del 2024