"LA VIDA". Picasso (1903) La obra corresponde a una de las corrientes simbolistas de final del siglo XIX, que pretendía indagar en el universo de los sentimientos
ALMACENANDO
Vamos
almacenando, día a día, presagios y sucesos
que
luego, casualmente, reaparecen; algas marinas
de
intranquilidades cotidianas, sargazos de fortuitas
alegrías,
líquenes velados de miedos u osadías...
El
refrán trasnochado pero veraz de la abuela,
su
sortija resplandeciente en el dedo iluminando
nuestros
ojos, el gesto huraño, la mirada sempiterna
y
aquejada, el grisáceo mandil, su aspecto
cansino
y
senil, la sonrisa rígida y lánguida, la peineta de carey
sujetando
el moño del pelo estropajoso y gris…
Y
así, con sus cosas, vamos recogiendo sutilezas
de
todos los seres que hemos conocido y rozado
desde
que tenemos uso de razón. Comenzando
con
los propios padres y hermanos, los amigos,
o
la niña hermosa de la trenza rubia asomada
a
la esquina de la calle que me enamoró y alborotó
todo
un verano… Recogemos su relevo avanzando,
convirtiendo
nuestros momentos en reflejos suyos
que
van poco a poco en nosotros cristalizando.
Disposiciones,
hábitos, singulares vestigios
que
se nos van acomodando en el ánimo y sin querer
nos
forman y educan. Calles del pueblo, juegos,
caídas,
sangre de la última herida, chinchones
en
la frente, estruendo de tambores y trompetas el día
de
reyes; el aro y el trompo, el arco y la flecha,
los
patines, las riñas alucinadas por el dominio
de
un juguete considerado como propio;
los
gritos de los chavales al entrar y al salir de la escuela,
el
olor a tierra, a hojas y pastos, las batallas campales
a
pedradas en el monte, Cocoto de cándida asustadiza
infancia
cántabro-barrolana…
Todo
sucede en un orden preciso exactamente igual
a
los comportamientos que mantenemos con nuestros
semejantes,
conciencia y afán que ponemos haciéndonos
y
rehaciéndonos para llegar a ser tan ignorantes como
siempre
y avanzar tan poco a poco. Somos,
impulsados
por
el miedo, como esa culebra alargada que se enrosca
de
repente sobre sí misma en mil vueltas y se amaga;
abrazamos
los recuerdos, saturados de presente, para
colmar
posibles futuros. Lo breve de lo claro y hermoso,
se
confunde con la oscuridad tenebrosa de lo sempiterno.
Y
ahí estamos aquejados y quietos, poblando extrañas
regiones de
inhabitables desiertos.
Nada
es hoy igual que ayer y, sin embargo…
Sin
embargo, cuán parecidos se van formando y forjando
los
tiempos, números enlazados que cuentan nubes,
círculos
vitales y años que se esfuman como pompas
de
jabón en el aire; intercambios de pajizos sombreros
sobre
peregrinas cabelleras dispersas por los campos,
reconstrucción
de imágenes en la mente que flamean y tienden
a
ir hacia el espacio absoluto y obtuso de la nada...
Nos
encandilamos, nos sobrecogemos con facilidad,
nos
hartamos de todo. Un surtido de ideas creemos
que nos transforman, que nos hace
ser de una manera singular
y
concreta, pero no somos tan diferentes unos de otros
como
a priori pudiera parecer. Hay un rincón en la mente
donde
todo se almacena y arde escapándose en cenizas
por
las coyunturas musculares y los acoplamientos
de
los nervios; estamos heridos hasta la destrucción.
Que
suene el timbre o la sirena, que se rompa el espejo,
que
el tiempo se acabe presto. La hora, el día, el mes
o
el ciclo, capeos decisivos son, espacios inquiridos
que sin más se
desmoronan.
A
cada instante, el reloj de la nada marca la hora,
nos
aproxima inexorablemente al eterno olvido.
DESDE EL FONDO
Cuaderno V. 1978 - 1980
©Teo Revilla Bravo.