"Las tres gracias" de Rubens.
Este cuadro de
Rubens, “las tres gracias”, es el más famoso de cuantos se han pintado sobre
ellas –recordemos la obra de Rafael-, es un cuadro que nos hace reflexionar, según
palabras de la profesora de arte en la Universidad Complutense Carmen
Bernárdez, sobre la tiranía de la belleza y sobre la
salud por encima de las partes erógenas. En esta obra, los cuerpos femeninos se
salen de los cánones de belleza actuales, para complacerse en recrear arrugas,
resaltos y pliegues de la piel, se supone que al gusto de la época, ideal hoy
para que los jóvenes vean cómo es recomendable valorar otras cualidades del
cuerpo femenino.
LA
CREATIVIDAD
Las Tres
Gracias, eran hijkas de Zaus y de la ninfa Eurinome. Se llamaban Áglae o
Aglaya, Eufrósine y Talía. A estas diosas –que simbolizaban la belleza, el
júbilo, la comedia y la poesía- les estaba concedida la posibilidad de otorgar
a dioses y a mortales los dones necesarios para llegar a ser un artista.
La creatividad aparece, desde la asociación novedosa de hechos
artísticos previos y legítimos que se dan en todo autor, con la idea y el
efecto de conseguir nuevos propósitos a través del desarrollo de las propias
inquietudes. La creatividad es un estado especial de conciencia, que permite
generar a través del magnetismo producido por un don inherente, una red
asombrosa y compleja de conexiones e
interrelaciones sensitivas, eso que permite al artista identificar, plantear,
plasmar y resolver, problemas o inquietudes íntimas o del medio en el que vive,
de manera relevante y divergente. Según Venturini, la creatividad, sería la
capacidad humana de modificar la visión que se tiene del entorno a partir de la
conexión con el yo esencial. Eso permite al hombre generar nuevas maneras de
relacionarse en el contexto en que coexiste y crear nuevos objetos, aventuras o desarrollos culturales, a través de
estructuras habilidosas y composiciones esmeradas necesarias en toda sociedad
que evolucione para bien. Esta actitud y poder de transformación mediante el
arte, tendría un componente genético establecido, que facilitaría el posible
desarrollo posterior, obrando como individuo comprometido con el tiempo que vive. Sea como sea, la idea primigenia es
interferida en cuanto aparece este impulso asombroso, disposición y llamada al
arte que se va convirtiendo en algo preciso y necesario.
El boceto latente se genera y crece en la mente -punto de partida
de toda labor sea plástica, musical, de arquitectura, literatura, etc.-, en esa
masa craneana que define todo comportamiento existencial haciéndonos únicos y
personales. Ese germen encerrado en ebullición a la espera de realización,
puede fundamentarse en un sueño, en fuerte inquietud, en imagen asombrosa, en idea recogida al azar,
en pensamiento o razonamiento sobre lo divino o humano; puede fundamentarse en
lo poético existencial y personal como es la visión de un horizonte que plasmar,
la estructura de una flor, la textura de una hoja, el relieve de una montaña o
cordillera, la línea divisoria entre el mar y el cielo... Esa energía retenida
(que no es otra que la que nace de vivir con intensidad los acontecimientos)
comienza a ponerse en marcha, con espíritu de adaptación, desde que somos
conscientes de los estímulos que nos han provocado. Si apreciamos la necesidad
de crear a partir de los mismos creyendo que es para bien, sentimos que hemos
de obrar de inmediato desde nuestras pequeñas o grandes posibilidades, desde nuestras
capacidades sensitivas e intelectuales, haciéndolo avanzar en el intento de
contribuir con un granito de arena a la acción benefactora global.
El arte, lo imaginado o soñado, las señales que nos proporciona un
sentimiento magnánimo, debe de tocarnos directamente las fibras impresionables
haciéndonos reaccionar; ha de devolvernos a la meditación, al momento interior
de donde surge toda idea sensible y transformable, imponiendo anhelo y arresto,
iniciando un diálogo, creando juicios de valores con fuertes connotaciones
simbólicas y conceptuales, hablándonos con un lenguaje único que propicie las
potencialidades más perceptivas, de manera que seamos conmovidos positivamente
-afecto-efecto- generándose esa emoción artística -inquietud y sensibilidad- que
pueda proyectarse hacia la realidad transformable. No debemos olvidar que la
creatividad se relaciona con nuestras habilidades, con nuestras aptitudes y
enfoques sobre una situación que tiene lugar, ineluctablemente, dentro de
nuestros propios límites personales, sociales y culturales.
La técnica adquirida para realizar cualquier tipo de obra ha de
estar al servicio de lo poético, ser parte del lúcido y mágico engranaje del
sentimiento: obra sin poesía es obra muerta, se dice con acierto. La obra ha de
ser desnudada de su originalidad para pasar a ser subordinada a momentos de
complicidad con el espectador, lector,
admirador, etc., lo que convenga en cada caso, ya que se revela a través
de un diálogo con el espacio atendiendo a estados anímicos -lo que es y en
cuanto se es- al activarse la imaginación, campo o zona donde se alberga la
primitiva idea, el discernimiento, la percepción, desde donde comienza a surgir
la posibilidad de la obra bienintencionada posiblemente mediante la inspiración
y el esfuerzo creativo que devienen a veces, las más con mucho tesón y
esfuerzo, como sin apenas nos diéramos cuenta. Cualquier estímulo puede hacer
que florezca una evidencia clara sin interferencias ni contraataques, ahí donde
lo incorpóreo se hace corpóreo, donde lo perceptible expresado, lo onírico simbolizado,
lo imaginario poético. Sensaciones, que se abrazan a través de una necesidad latente de
transformación y provocación que lo harán
emerger y prevalecer a través de esa corriente o magma eternamente
cambiante que llamamos arte.
Los elementos que forman lo llamado poético o bello, forman vida
al momento a través del mágico desarrollo que como verdadero procedimiento o
método plantea requerimientos, interrogantes e inquietudes, recurriendo a la
interioridad del alma, al estado de necesidad, al desahogo emocional inmediato.
Así se forma ese bucle hermoso que entra en contacto con los propios
sentimientos a través de lo hecho compartido, aún sin ser a veces conscientes
de cuánto mantenemos y de cuánto aparentemente olvidamos pero permanece. El
arte se revela siempre como necesaria convulsión, acomodándose a la vida social.
Como nos diría Antonio Gamoneda, «La memoria también
está hecha de olvidos». En cuanto al arte, todo pareciera estar, de una manera
u otra, expresado, pero la verdad es que a la vez hay sensaciones que nos dicen
que todo resta por hacer. El arte intensifica, da razón de ser a la vida, es
absolutamente ineludible, sirve para contrarrestar el lado oscuro, contradictorio, perverso o negativo
de la sociedad, quedando como tributo fundamental para mantener el desarrollo y
equilibrio emocional de la misma humanidad que lo alienta.
Barcelona.-Octubre.-
2012.
©Teo Revilla Bravo.