"Las visiones de las hijas de Albión" Obra de William Blake, Poeta y grabador británico
William Blake fue un hombre excepcional, pintor, grabador, filósofo, místico, rebelde, loco, esotérico, profeta..., prácticamente desconocido en el transcurso de su vida. Y en todo ello, a pesar de la fuerza independiente de cada una de sus facetas, éstas parecen complementarse, formar un gran todo con sus muchas singularidades. Su obra hay que atenderla desde un punto de vista muy especial, fenomenológico, sin prejuicios, acercándonos a ella como niños con los ojos bien abiertos por la sorpresa, ligeros de mente y alma. Su obra pertenece al Simbolismo y al Romanticismo. Falleció el 12 de agosto de 1827 en Londres.
EL HECHO POÉTICO
La poesía, en este periodo de
confusión literaria y social en que vivimos, ¿debe ser reflexión pensante y no
emoción ni percepción sintiente?, ¿ha de destellar como regalo de luz, o ha de
construirse como ingenio donde todas las
piezas encajen a la perfección?, ¿se ha de formar arquitectónicamente buscando
resultados lineales, acabados perfectos y deslumbrantes?, ¿ha de ceder su
puesto intuitivo y sensitivo a un mundo de conceptos concretos y de
elucidaciones que demanda la sociedad vertiginosa y alterada donde todo
inevitablemente ha de ser entendible encajando en un contexto determinado?
Pudiera ser que los perfiles que
nos llegan de la literatura, no naveguen libres y sean manejados -con talento o
no- por poderes egoístas, especulativos
o calculadores; que no se la deje fluir tal y como del ánimo arranca,
impidiendo que la percepción básica de la misma se desarrolle libre apagándole
su raíz emotiva; quizás, al banalizarse la sociedad, estemos ante la muerte de
la poesía considerada en su esencia más intuitiva y genuina, o se quiera hacer
del hecho poético un simple ejercicio intelectual y arbitrista calculado para
beneficio de unos pocos; quizás, quizás, quizás. Tales exigencias dejan sin
razón de ser la nobleza del acto poético, habría que llamarlo por otro nombre,
ya que se niega la libre y necesaria expresión literaria de quien,
inspirado y sincero, necesita escribir en libertad. Todo se trueca y se
confunde durante el tránsito de la intuición y del concepto a la obra requerida.
Hay, pienso, dos formas
aparentemente antagónicas de presentar y sentir la poesía. Dos maneras que
deberían ir coligadas o ser unicidad, ya que por separado no pueden funcionar
bien al quedar desaprovechadas en un
sentido u otro. Los variados aspectos creativos han de convivir en feliz
armonía por el logro de una mejor resolución de la obra, partiendo de los
sueños -llámense ilusorios- y de los rasgos de inmediatez explícita. Hay que ir
creando un espacio de fundamento poético que no devenga en sacralización
mística ni lírica solamente, pero
tampoco convirtiéndose en un frío ejercicio mecánico de la voluntad. El
anhelo de quien esto piensa es que se entremezclen idea y conocimiento en una
identidad propia nacida y crecida a través de sensibilidades que perfilen y
delineen poemas, dejando versos más o menos acertados, íntimos y honestos,
intentando hallar el mejor ensamblaje posible de los mismos; tender hacia la
máxima afinidad del poema, logrando hallar una armonía de conformidad con la que
poder crear un paisaje hermoso y perdurable. El ideal del poeta, desde lo más intrínseco
del manantial donde surgen los versos, más que ir a una contextura de lo
perfecto realizable, ha de crear, como diría Huidobro, “Como la naturaleza crea
un árbol que cante con todas sus hojas al son voluble del viento”. O sea, no
buscar las formas en nosotros, sino buscarnos a nosotros en las formas.
A expensas de lo dicho, lo que es
cierto es que el hecho poético cada uno lo vive a su manera –como sucede con
todo en esta vida- desde las propias percepciones, ya que la creación no ha de
tener límites prefigurados. Cuantas menos reglas o esquemas fijos e inamovibles mejor, digan lo que digan otros. El hecho poético deviene, desde el núcleo
germinal de la sensibilidad de cada cual, como estado gradual; las normas o
reglas que se establecen, hay que tomarlas con cuidado valiéndonos de ellas
cuando se ajusten al proyecto. Para componer, el arte, en general, no ha de
tener limitaciones, ha de ser abierto y dispuesto a cambios constantes. El arte,
y con él la poesía, nace del instante mismo en que se produce una emoción
espontánea tendente a intentar construir con ilusión y esmero en cuanto se hace
proyecto. Luego llega el trabajo diario, donde hemos de dejarnos los sentidos,
sustancias, riquezas, logros y desaciertos. Ese origen o fundamento revelado,
es el don principal de la creatividad. La dicotomía es una manera de poner
trabas a la creación, de hacer del análisis un hecho elitista solo para quienes
se sienten dueños de decidir, juzgar y valorar, dictaminando qué es oportuno
hacer, cómo se ha de hacer, y qué resultados han de tener. Siempre ha habido
abanderados de las reglas y de los términos delimitados, señores que suponen
que desde lo acracia de la libertad individual no hay posibilidad de crear arte
ni avanzar, siendo todo lo contrario: aquello que se cree dar por acabado como
ciclo, hay que mantenerlo abierto para seguir avanzando. La poesía, que no
necesita precisamente ni necesariamente de claves cerradas ni ocultas y mucho
menos de políticas de procedimientos inquisitoriales, no escapa a este hecho:
aún hoy se le sigue poniendo corsés, pautas, tendencias, escuelas, donde unos
pocos se mueven cómodos; no hay más que
analizar los laureles y premios que se conceden entre sí, para darnos cuenta de por dónde van los tiros…
El lector en todo caso, el
oidor o espectador, son quienes tienen la palabra, quienes han de descodificar ese estímulo
emocional que se le muestra misterioso. Esta es la única validez, la garantía
de que se ha entrado en conexión con algo admirable. Autor, lector, oidor,
espectador, han de sentirse de alguna forma reconocidos, en y por la conmoción
sentida, en experimentación convincente
y conveniente. Fuera de eso todo es humo o fatua neblina de arrogante iluminado.
Barcelona.-octubre.-2012.
©Teo Revilla Bravo.
Muchas veces hemos hablado del tema, hay quienes creen que sólo es poesía aquella que está cautivada en unos cuadrantes métricos, otros que debe llevar rima sí o sí, aunque al final el poema parezca un galimatías que nadie entiende pero resuena melodioso. No, yo prefiero la creación libre, la melodía debe fluir desde el interior y exteriorizarse siendo un ritmo relativamente conocido o bien nuevas fusiones que la transformen en novedad, pero ante todo, que esté plena de emociones, sensaciones, sentimientos. Para mí la buena poesía debe ser ese pulso que se agita, el suspiro, el placer y aquello que te remece por dentro, no sólo por bonito, también por duro o triste, porque la poesía debe ser reflejo de la existencia y en ella cabe todo pero desde la libertad de crear. Espero haberme dado a entender. Besitos.
ResponderEliminarTe has dado a entender perfectamente, Karyn Huberman, y comparto lo que dices, plenamente tus letras. La poesía, ante todo, ha de ser libertad y que cada cual al escribirla la acomode como buenamente sepa o pueda; pero ante todo, libertad. Cierto que da más aire aquella que no se sujeta a unas reglas concretas. Ahí las posibilidades de ejercer la emoción literaria, se expanden, se abren mucho más.
EliminarGracias por este comentario tan rico e ilusionante.
Fuerte abrazo mañanero.