"El doctor paul Gachet" obra del pintor Vincent van Gogh
SENSACIONES
San Agustín afirma que la razón lleva a la verdad suprema que es Dios, y nos dice que quien posee a Dios es feliz. Yo no he logrado sentir esa posesión tan substancialmente señalada por el santo. Pienso más en la relación que pueda tener con la naturaleza, en la gratitud y reconocimiento asentados en un allegado, en sentimientos puros, hermosos y desinteresados hacia los otros seres. Me viene a la mente según voy escribiendo, ese verso tan conocido de la cantautora chilena Violeta Parra, que dice: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”, pues así, paso a paso en el camino que nos ofrece, he ido aprendiendo a sentirla, a verme gratificado, a veces participando abiertamente con los otros, otras, amante de la soledad y el trabajo para reservarme no sé bien de qué o quién.
Estoy con Buñuel cuando dice que el nombre de mi enfermedad principal en estos momentos es la inevitable vejez. Que acecha. Que va tomando posesión de nuestros cuerpos poco a poco y de nuestras mentes también. Envejecer es más complejo que desafiar a la misma muerte, que soportar la propia decadencia, que ver cómo vamos empequeñeciendo con progresiva caducidad. El ardor juvenil se ha difuminado en los ojos del horizonte, terminando por caer en un nebuloso declive físico, ojalá que siguiendo alentando conocimientos y sin dolor.
Aún no habiendo hallado felicidad junto al Dios agustiniano, he tenido y amado (y sigo teniendo y amando) tardes bellas entre candilejas y músicas pasionales, he sentido (y siento) el albor de nubes de colores que solo existen en los sensibles ojos del artista entregado al amor.
No hablar con temor ni burlarse del momento presente, es lo que me digo, pues pasa como una exhalación y hay que aceptarlo evitando la languidez homicida que a veces se apodera de uno. Como la llegada del hastío —horripilante bestia que ya acosaba al gran Baudelaire—, evitando también la mortal tristeza que intenta, hostigando, instalarse en nuestros huesos.
Un susto, un dolor, y pareciera dejarnos ante un peligro extremo. Sensación que antes no sucedía de tan aguda manera y que se traduce en nube pasajera, en jácara olvidadiza, en migraña a la que nunca logramos acostumbrarnos, en desazón permanente o en tinieblas como las de San Juan de la Cruz opacándosele el ánimo a fondo. ¿Dónde la alegría embelesada, la belleza de una puesta de sol? En la voluntad personal porque, no obstante, siempre aparece una flor en el camino que nos sonríe bondadosa, un pájaro que nos mira y canta desde una rama alta, una brizna de hierba que nos saluda al paso movida por el viento, la sonrisa clara de un niño, el temple de un anciano, y ese abrazo que cada mañana, amor, sensibles nos damos.
Barcelona, abril del 2023.
©Teo Revilla Bravo