COMPRAR ARTE (Reflexión)
El mercadeo del arte es la causa principal de su alejamiento del trabajo creativo, de la ocultación de la belleza y de sus formas a la gente común que se supone son sus destinatarios.
Se discute mucho en arte qué es belleza y qué no lo es, si da o no da igual. No solo hay que remitirse a la especulación artística para hablar de este alejamiento, sino también a la filosófica y científica que definen el concepto ético de belleza. Hemos de preguntarnos, como artistas o amantes del arte, de qué manera lo sentimos, cómo y por qué creamos, exponemos, o admiramos obras.
La pregunta que planteo: ¿Para qué y por qué se compra arte? Hay quienes se gastan dinero en ello, pensando que la compra puede serles útil sobre todo como negocio. Como decía alguien sensible:”¿Para qué queremos aviones sin violines?" ¿Para qué calles si solo nos llevan a nuestra diaria esclavitud? ¿Trabajamos para comer, para servir, para realizarnos o para todo ello a la vez? ¿Cuál es el sentido máximo que le hemos de dar a la vida? Para mí es imprescindible, cuando contemplo una obra de arte colgada en una pared, meditar sobre lo que estoy viendo mientras tomo un buen vino y escucho música de Borodin, Dvorak, o Falla por ejemplo. Escuchar música es indispensable para sentir que vivo y vibro, algo que deberíamos tener solucionado -tras las necesidades básicas de la existencia humana- todo el mundo por imperativo legal. Nada de lo que hablamos tiene una utilidad y un sentido si no es a través de la emoción, del estremecimiento, de la sensibilidad. Entonces, ¿qué significación tiene comerciar con arte? ¿Se prostituye una obra al obtenerla con dinero? ¿Nos prostituimos al comprarla con ese fin? ¿Se prostituye el artista que la crea consciente de adónde va a ir a parar su obra?
Toda persona inteligente tras admirar una obra tiende a reflexionar, pues el artista nos ha dejado ante esa opción abriéndonos ventanas novedosas, proporcionándonos espejos que nos invitan al diálogo, bien sea en compañía o en íntima soledad. El arte, cuando se ha liberado del vacío y de la superficialidad yendo hacia valores nobles, es cuando de verdad se hace necesario pues se convierte en parte fundamental de la subsistencia de cualquier persona que haya trascendido la frivolidad. El arte siempre ofrece algo novedoso. Nos invita a opinar, a divergir, a pensar. Acompaña y se expande de unas mentes a otras, propagándose en libertad. ¿Por qué negociar con el arte, entonces? ¿Para el disfrute afectivo, quizás intelectual y espiritual que pueda producir? ¿No hay una notable contradicción entre el sentimiento que provoca y el hecho de hacer de él un negocio intercambiable? Por otro lado ¿cómo reconocer que una pieza es arte? ¿Quién lo dictamina y pone precio? ¿No darán muchas veces a través del márquetin gato por liebre? Para que esto no suceda conviene leer mucho –apreciación e historia- sobre arte, y ver obras originales si nos es posible, educando los sentidos sabiendo que incide en ello el propio gusto y criterio a la hora de buscar, encontrar y admirar esa obra que va a hacernos felices. Por desgracia, el llamado mercado del arte, es prácticamente el único canal que nos puede proporcionar la obtención de la obra que amamos.
El precio de una obra de arte es relativo y discutible. Las consideradas buenas, se encarecen día a día debido al valor especulativo. Todo objeto de invención, acaba teniendo un valor práctico. Este es el profundo drama que vive el arte y por consiguiente el artista cabal y honesto que ve en ello un camino inapropiado a su labor, aún siendo consciente que para crear y vivir hay que tener medios económicos estables. El arte nace de la emoción. El dinero, las transacciones, ventas, bonos del tesoro, lo que sea, no deberían intervenir para nada, sería la única forma de conservar su honestidad. No sucede así por desgracia: el artista si quiere sobrevivir, ha de pasar por el aro y vender al mejor postor su obra, le guste o no.
Barcelona.-Noviembre.-2014
©Teo Revilla Bravo.