Acuarela de Tito Fornasiero, pintor italiano contemporáneo.
EL PASAJERO
El pasajero va entrando en otra etapa del camino. La más crucial quizás. Con mucho kilometraje a cuestas afronta el último tramo de la vida, y lo hace con templanza.
El pasajero va hacia el término del viaje con el deber de transformar, día a día, hora a hora, la hosca vecindad de quien está a punto de entrar en la noche más larga. Pero lo hace disfrutando como siempre de la alborada luminosa que es respirar pálpito a pálpito la vida. El pasajero no tiene por qué ir resignado hacia una vejez revestida de fría y silenciosa andadura. Sería una traición no seguir reivindicando la alegría, las artes, la poesía, el amor, la empatía, la solidaridad. A una edad u otra, hay que estar orgullosos de la existencia seguros de que pese a los años se sigue en la brecha por hacerla mejor para uno y en lo posible para todos. ¿Cómo? De manera inconformista, con ganas de seguir luchando por transformar la sociedad, y respirar poesía consciente de que sin ella uno no puede oxigenarse como no puede vivir sin amor.
No quiere decir con esto que el pasajero vaya por ahí como un joven atolondrado que se las sabe todas. Tampoco como si fuera un vidente o un profeta que habla con los muertos, los médiums o con personas con grandes estudios y experiencias que mostrar. La amistad, la solidaridad, la risa, la lagrima, el esfuerzo, han de seguir siendo hasta el último aliento remedios infalibles de superación personal.
Es cierto que las fuerzas merman, que los avatares cotidianos le dejan a menudo aparentemente vencido por múltiples molestias, que parece que la edad le va oxidando como a los cacharros de la cocina los oxida el tiempo, que todo comienza a caerse: pelo, párpados, cachetes, dientes, nalgas...
Qué contar que no se sepa, ¿verdad? Todo le cruje a este viajero. Todo se le estropea y duele. A veces desmedidamente, como cuando traqueteando y retraqueteando se levanta de la cama o se agacha a recoger algo caído en el suelo. También siente que el erotismo a esta edad necesita tiempo, fervor y reposo, para que el sexo le siga dando placeres y aciertos. A todo proceso se acomoda uno, en el prodigioso efecto de vivir.
La invisibilidad a la que le someten a veces al pasajero, puede ser un factor negativo y de tristeza al notar como poco a poco le dejan de ver y de llamar, que ya no cuenta tanto, que lo que puede ofrecer dejó de ser atractivo para la mayoría. Falso: mientras la mente funcione de manera creativa y lúcida, una persona mayor puede aportar tanto o más que cualquiera otra por joven que sea. Esto de la invisibilidad no lo entiende el pasajero muy bien: no sabe si en realidad es una cualidad o una desgracia. Tiene sus dudas, pues también significa que entra en un época de tranquilidad y recogimiento espiritual donde le dejan tranquilo en momentos apetecibles. Quizás ambas cosas le sean necesarias por inevitables. En todo caso, acercarse a la vejez es para el pasajero aprender a ser como lo ha sido cada día a lo largo de su vida y es también prepararse para esa cuestión espinosa e irreemplazable que es enfrentarse a la inevitable muerte que a todos llega.
Barcelona, abril del 2023.
©Teo Revilla Bravo