Retrato de Rainer María Rilke. Obra del pintor checo Emil Orlik,
uno de los máximos representantes del Art Nouveau.
“BREVE ACERCAMIENTO A RAINER MARÍA
RILKE”
(Artículo
aparecido hace unos años en la revista canaria La Esfera Cultural, prensa escrita, en su sección de
Crítica y Poesía, ampliado con una discreta biografía y un poema que
aquí no aparecen)
Rilke personifica al
poeta puro, si dejamos que esta palabra exprese su autenticidad, aquel que
encerrado en sí mismo desde lo más profundo de la soledad y del silencio sólo
vive para su obra, la desentraña, y nos la ofrece como algo superior a sí
mismo y a toda otra realidad vital propia o ajena. No es fácil adentrarse en
una obra tan profunda y personal como la de Rilke. Hay que hacerlo con tiento,
con respeto, humildad, y mimo, conscientes de que nos quedaremos posiblemente a niveles
superficiales.
Tanto en los versos
como en los segmentos de Cartas y relatos, hay un Rilke oculto, esencial, íntimo. Su visión no se dirige a
infinitos lejanos dentro de su éxodo interior, no cimienta o da prioridad
esencialmente o estéticamente a una belleza intelectual, pero en muchos de sus poemas se refleja un hálito metafísico esencial, donde los sentidos de toda su poesía se inclinan hacia la hondura del alma humana. Su
universo creativo, es contenido, amable, cargado de un equipaje
espiritual de gran calado que va iniciando su trayecto emocional directamente
hacia la densidad de los sentimientos, dejándolos como impresionantes legados. Rilke reflexionaba con secreta angustia:
“En la conciencia nuestra al mismo
tiempo
sucede
el florecer y el marchitarnos”.
Fue un hombre que
cantó locuazmente al concepto o extensión del mundo que llamamos “sagrado”,
el misterium tremendum, lo numinoso, las teofanías. Y no es sólo la relación humana y social lo que
sacrifica en los altares de su oscuro dios, no, pues es la vida misma la que debe
consumirse a favor de esa divinidad que es la obra poética. Una obra, la de este poeta, que sobresale con brillo, hallazgos sugerentes, invenciones insólitas, e
insinuaciones necesarias en poesía que rara vez se dan en prosa con tanta sutileza y certeza. La obra, contra la vida:
“Vivo mi vida en círculos que se abren
sobre las cosas, anchos.
Y
tal vez no lograré cerrar el último
pero quiero intentarlo.
Giro en torno de Dios, antigua torre,
giro hacia miles de años,
y
aún no sé si soy águila o tormenta
o
si soy un gran cántico”.
Su influencia sobre la
poesía posterior, es tan extensa, como indefinida. No ha conocido fronteras. Ha sido asumida por poetas que han querido encarnar, como lo hizo él, el sentido existencial de la vida, el
dolor innominado, el peligro de existir, la inseguridad de las relaciones y del
amor, la presencia de la muerte. Todo ello expuesto en versos notables, llenos de misterio.
La lírica intemporal
de su obra -textos de inolvidable perfección-, la confusión y el destello
vivido desde una humanidad intensa cargada de pensamiento y visión
del mundo -poesía esencial de la condición humana-, se yergue inalterada en
lo más cambiante de los tiempos. Su obra resiste. Resistirá, inexhausta, cualquier número de lecturas y de sensibilidades. En él, como precursor, la exacerbación del autoanálisis, se convierte
en olvido de sí, en pura mirada, en atención al misterio de las cosas, palabra que se revela a través de sus versos como legado imperecedero.
Su singularidad emocional y su fracaso en el amor, sus temores y tormentos continuos, sus viajes de
ciudad en ciudad, su relación con la muerte, su intensa religiosidad, constituyen lo esencial de su poesía. Sobre todo en aquellos en que esa experiencia se consolida, los que contienen la
palabra, el lenguaje, el objeto lírico en que se ha transformado
el poeta.
Poeta muy
puro, sus intuiciones han influido posteriormente sobre muchos pensadores al ser más padre que hijo de filósofos. Fue un precursor de las sombrías intuiciones de lo abierto,
de saber resistir tenazmente, de enfrentarse a la angustia de la muerte, de la soledad, de riesgo. Rilke, como poeta es imperecedero, es un sobresaliente legado. Con casi un siglo de posterioridad, seguimos beneficiándonos de su vertiginosa actualidad, sólo hay que explorar su magno universo
poético. Por eso es considerado uno de los pilares sólidos de la
poesía del siglo xx., pues insufló en toda la poesía contemporánea a través del contacto
doloroso con los problemas, el misterio, y la condición del destino humano. Supo darle a la escritura poética, con la desaparición del propio yo a favor de la forma, de la
obra, del objeto lírico, una mirada más ascética y pura .
Siempre es momento propicio –aunque siempre permanece- de reivindicarlo, de traerlo a la memoria, de acercarnos con humildad a sus versos y sentir la grandeza de una poesía que
nunca deja indiferente por su profundo contenido, por su especial y sugestiva
belleza, por su encanto.
Barcelona.-2009.
©Teo
Revilla Bravo.