Obra de Manuel M. Romero.
ARTE CONTEMPORÁNEO O EL EQUÍVOCO DE IGNORAR TÉCNICA Y OFICIO
I.
El arte del siglo XX. se ha caracterizado sobre todo por los intentos de algunos supuestos entendidos por elevar a sus altares, fuere como fuere, la abstracción y la experimentación, así como por la obsesión de pretender destruir la forma minimizando valores considerados tradicionales. Esas actitudes con las que se han intentado soslayar legados y prácticas asociadas a movimientos que nos precedieron fracasaron, pues siguen vigentes con buena salud. El arte no entiende de elementos perniciosos que marquen preferencias ni diferencias por intereses del momento; el arte sobresale en libertad, en consonancia con las necesidades que demanda la sociedad. Todos los movimientos y tendencias son importantes; todos aparecen por un motivo u otro teniendo su momento álgido en continuidad y desarrollo, propiciando la aparición de otros nuevos que se benefician de su vivacidad, riqueza y prodigalidad. Si destruimos la forma, destruiremos del arte la posibilidad de que los jóvenes puedan sentirlo de modo independiente, valiente y sin complejos, hurgando y mamando de los cánones académicos necesarios para su formación, alas impulsivas que debe marcar su futura personalidad creadora.
Los maestros siguen siendo los grandes clásicos: Rafael, Miguel Ángel, Velázquez, Rembrandt, Goya, El Greco.… Genios incuestionables que pasaron por un taller y aprendieron la técnica para luego, seguros de sí, independizarse y crear estilo y escuela propios. Valoramos su pintura, conscientes de que no se ha vuelto a pintar de forma tan total. A partir de estos artistas, deviene el arte nuevo a través de un lenguaje y legado recogidos. A los clásicos se vuelve siempre. El arte contemporáneo cuya obsesión es destruir formas, técnicas y oficio, en pos de una supuesta libertad creadora, comienza a adolecer de falta de ideas causando aburrimiento, pues muchas propuestas no tienen fundamento que las sustente como guías a seguir al estar los límites en ellas muy marcados. Vemos repeticiones y reproducciones, copias y más copias de lo mismo o de algo parecido, allá donde ponemos los ojos. Sucede en grandes concentraciones de arte conceptual, públicas o privadas, donde unos pocos deciden qué tendencia hay que seguir.
Si el arte no provoca ideas, habrá que reflexionar dónde y por qué falla. La reflexión es un proceso que sustituye a la contemplación. La obra, al no motivar, impone una tarea ajena a ella misma, un pensamiento donde preguntarnos por qué no genera opiniones. Las nuevas generaciones intentan romper reglas y condicionamientos como se ha hecho siempre, algo inevitable pues el arte es sobre todo libertad y camino. El gran valor del arte contemporáneo lo dieron hace un siglo las sorprendentes obras de Miró, Picasso, Mondrian y otros, creando un hecho que por fortuna para el arte es histórico. A partir de ellos, nada nuevo que sea verdaderamente relevante ha sucedido. El valor del arte contemporáneo es aquel que se le quiera dar, entrando con ello en un debate de exacerbada confusión. El famoso váter de Duchamp, una vez se realizó la famosa exposición donde causó gran impacto, dejó de tener valor inmediato en cuanto se desmontó, ya que esa pieza no dejaba de ser un váter común, algo que fuera de contexto no significaba nada más que lo que era. Un cuadro, una escultura, tienen valor de por sí; un simple váter o cualquier otro objeto utilitario, está claro que no. De lo que se deduce, que el arte a veces no es arte sino un fraudulento espejismo.
Hay cuadros llenos de manchones a lo Pollock que valen una fortuna, mientras que un bodegón pintado con toda la técnica y todo el amor del mundo queda arrinconado en cualquier museo o galería sin posibilidad de ser admirado y valorado. Se celebra y paga un nombre, por deseos comerciales sobre todo: márquetin, moda o tendencia, están de su parte. Todo juicio apriorístico donde “alguien” impone un criterio o tendencia, es la aplicación de una sutil dictadura artística. Lo verdaderamente triste en contraposición, es que con frecuencia el mundo del arte no se interese por valores emergentes, jóvenes artistas con mucho que decir si se les permitiera hacerlo.
Es un error cada vez más extendido, pretender pintar sin saber pintar o esculpir sin saber esculpir, etc., petulancia que no conduce a ninguna parte. Sin técnica y oficio, no hay arte que dure. Y en arte manda sobre todo el corazón.
Barcelona 2014.
©Teo Revilla Bravo