Barcelona, junio de 2018.
©Teo Revilla Bravo.
«La atmósfera norteña, los colores del campo, los bosques y la sierra, la naturaleza siempre esplendorosa de los contornos cántabros y palentinos, unido al ambiente especial generado en la cuenca minera barruelana con sus vidas marcadas por la cercanía de la muerte, la angustia y la esperanza, hicieron brotar en mí el sentimiento y la sensibilidad que muy temprano me llevaron a la poesía y a la pintura, así como a toda forma de arte, pábulos de expresión y vida»
Me hieren estas tardes sombrías.
Inciden directamente en el espejismo en que
abruptamente, huidos uno del otro nos hemos
dejado caer. Desolación, congoja, pálido
momento recostado con disgusto sobre
el duro espinazo del desencuentro.
Me duelen estas tardes en que el tiempo
planea caprichoso sobre nuestras cabezas.
Al pensarte sé —cuerpo del deseo—,
que estando podemos no estar,
ambos situados en un cuándo —abrazar,
sentir, amar—expectante y doloroso,
sin saber cómo alterar el destemple del opresivo
aire. Flores lilas en el jardín de los felices
reflejos. Dormido o despierto, ¿quién soy,
quién eres amor, quiénes somos esta tarde
si todo se pierde deslizándose sutil hacia
la nada, si huidos en fugaz insignificante
eternal sin remedio nos dispersamos
dejando atrás, desaciertos, recuerdos, vida?
Sonando aún los ecos dejados por el disco
“Time” de Pink Floyd, que suave, deleitable
y trascendental, ha acariciado mi alma,
noto que el vacío se va llenando de un deseo
que repunta con fuerza al sentirte cercana
desde la complacencia exquisita e íntima
que ofrece diligente la fortuna del amor.
Con dudas todo pensamiento
lleva a considerar su reverso.
Con tu serena presencia en forma
de inusitada flor que la primavera instaló
en el amplio jardín del amor un día,
parecen olvidarse.
Me acuesto a tu lado reposando
suavemente sobre la alegría que iluminan
las cepas milagrosas que ofrece tu sonrisa.
Contigo. Con mis destempladas anomalías.
Con el miedo ingobernable a la oscuridad
que todo, apagado el día,lo cubre, lo barre,
lo ciega.
Con tu cuerpo adormecido al lado como
cálido soporte, reposo protegido.
Entrelazadas piernas, brazos, cuerpos,
acomodados en el abrazo de la unión
y el tacto.
Olvidados de todo con crecida
ternura, nos amamos.
Porque esto es un suspiro, y porque
l llegamos y nos despedimos a cada instante.
Pronto saldré de la propia objetividad
sin miramientos, espero que sin lamentos.
Todo lo pensado, penado, gozado
y vivido, habrá sido aparentemente en vano,
puro vacío, equivocado aire atravesando
anómalos cielos, o quizás, quizás, un respiro
pergeñado en ritos de perennes minucias
Recogido en las coloridas auroras del exilio.
Me extraño mucho si al rasgarse el día
por lontananza me miro en el espejo de los años
y escucho el temprano canto del pájaro, juguetón
irremediable, aletear en torno a los postigos
de la abierta ventana.
Ya Barruelo—donde un día me dejó brotado
la primavera—, todo Santullán, Salcedillo
y Brañosera, arriba o abajo de los días,
los ciclos y los años, rumiando nieblas
se estarán ocultando apacibles envueltos
en sombra y alargados silencios.
Hasta perdono—insomne pensamiento—
los pavorosos temores de la infancia, recelos
de niño frágil y sensible, que me abrumaron
e intimidaron con frecuencia,
como perdono la confusión ante la vida,
lo divino y lo humano, la timidez, los pasos
perdidos así como los que felizmente hallé.
Todo lo perdono hoy—el tiempo tuvo
su lugar— al sentirme agradecido
a lo más grande y sutil de la existencia,
al amor encontrado por partida doble
y extensible, amor espiritual, infinito,
hermoso y humano.
Quiero irme lento pero seguro.
Tranquilo. Masticando poco a poco
los segundos, antes de que al fin
se corte el cordón umbilical que me mantiene
corrigiendo desvíos y rutas cosido a ti amor
de hoy y de ayer, a los hijos, a los hijos
de los hijos que nos salvaguardan y preservan,
a lo que se ve y a lo que no se ve,
a todo aquello que da sustancia a la vida,
al goce sostenido de vivirla,
al deterioro irremediable de los cuerpos,
a la concreción misma de dejarse uno ir,
al olor a heno y a pétalos olvidados,
al apego sensitivo y estimulante de cabalgar
a lomos del viento cada día,
a todo lo que ofrece la maravillosa existencia.
Y hasta perdono, en dolor o en paz,
esa muerte—todo pasa todo vuelve—,
ojalá tarda, que al fin nos acoge para siempre.