ENTRE PALABRAS Y SILENCIOS

martes, 29 de octubre de 2019

EL RELOJ


"Los relojes derretidos" (La Persistencia de la Memoria. 1931. Una de las obras más representativas de Salvador Dalí. Se conserva en el Museo de Arte Moderno (MOMA) de Nueva York.








EL RELOJ

Un objeto cualquiera, una rueda,
un libro, vaso, lapicero, un reloj
quizás que ha perdido el péndulo
con el que contaba porfiado el tiempo...

Herederos de cerros y farallones,
los halcones sobrevuelan hoy
aceras tristes y oscuras de la ciudad
por el humo agrietada y disminuida,
paredes donde la razón  transita
sin objeto alguno olvidada y perdida.

Pan y sudor. Pétalos humillados.
Estiércol. Mortales energías  para
el arranque de las poderosas vastas
industrias de la ceguera egoísta.
Compren. Consuman televisores,
aparatos, computadoras, autos,
electrodomésticos, que el mundo
es un sorprendente  luminoso escaparate.

He visto caras deformadas, cuerpos
caídos, mentes programadas, corazones
de hielo y de cartón deambular perdidos,
carne inerte inquilina de la muerte
retirada en sucios cajones de residuos.

Existencia sombría. Cerramientos
y aluviones  impasibles. Seres invisibles
envueltos en limbos de misterio donde
todo se deshace y la nada es paradoja
de ese borroso reloj sin pulso ni destino. 


OCÉANOS DE  TIERRA Y LUNA
(Cuaderno  VIII. De 1984 a 1987)
©Teo Revilla Bravo.




martes, 22 de octubre de 2019

EL HECHO ARTÍSTICO


Esta creación fue diseñada por los arquitectos Soomeen Hahm e Igor Pantic. Instalación donde se aúna escultura y arquitectura de manera relevante, resultando una  hermosa y alucinante creación.









        EL HECHO ARTÍSTICO

El hecho artístico –forma expresiva, ensueños, circunstancias,  emociones, poesía- intensifica el aliento personal, le ofrece emoción y energía, acerca a la esperanza. Es el otro camino o dimensión de la vida, que al ir recorriéndolo nos abre a percepciones novedosas. En cuanto que el arte se hace necesario y somos conscientes de ello, se crea una adición ineludible en el ser, se convierte en una extensión de uno mismo con visos de gran pasión, pues crea una unión con las cosas que nos emocionan rescatándolas del lado oculto. Nos las va mostrando, nos las deletrea, nos las hace perceptibles, genera eso que llamamos gnosis. El arte incorpora a las emociones personales esencias éticas de la vida anímicas o espirituales, pero también seculares y sensoriales. No hay sabiduría ni emoción que no se encuentren en el arte, de una forma u otra, reflejados.
El mundo nunca había experimentado, como ahora, el circunstancial drama, ventura o desventura de la trama humana, con tanta intensidad: la radio, el cine, la televisión, el vídeo, los museos, las exposiciones, la prensa escrita, internet, etc., nos lo acercan hasta niveles antes desconocidos. Nos rozan, nos sorprenden, nos invaden, nos forman o deforman la realidad, nos enseñan para bien o para mal, nos aclaran o confunden, nos abducen. Pero nada de todo esto puede ni debe alterar el hecho artístico. Éste ha de seguir siendo esa esencia con capacidad para impresionar de siempre, pese a ser el arte elemento de posible manipulación también, de alteración significativa de sus contenidos y razones.
A través de su vacuidad primaria, la obra artística se convierte  en algo importante, incorporándose al drama más humano y personal. Entra a formar parte del laberinto de emociones y complacencias donde perdernos con frecuencia, y lo hace con un cúmulo de movimientos y energías que pueden llegar a ser  inquietantes y hasta depresivos por su coste de osadías, dudas e inseguridades, por el esfuerzo sobresaliente en querer que todo salga bien y se acerque a un sentido de perfección intuido, ese que no nos abandona y al que no logramos dar pleno alcance martirizándonos muy posiblemente al comprobar que nunca, por más que nos lo propongamos, alcanzaremos el objetivo deseado. El hecho artístico, si partimos que nace desde y con la sensibilidad, puede suponer para el artista una subida inequívoca a los cielos, pero también un descenso precipitado a los infiernos de la frustración a veces en breves instantes en el trascurso laborioso de una obra, así de vulnerable a la emoción –decepción- es el artista ante su trabajo. El arte es una íntima forma de atrapar el mundo para permanecer en él intentando advertirlo y sentirlo con la fuerza del alma; el arte exorciza el universo que nos rodea a través de la fijación de quien lo crea o representa, en ese “jugar” con la realidad desde las inquietudes que alberga su interior, acabando por ser, no una representación en sí, sino una ficción descubierta a través de las consternaciones y necesidades de desahogos inherentes al ser.
Es a través del arte que el mundo, nuestro personal mundo, inicia un acto supremo de catarsis, al  imponer ese elemento  necesario de ficción o entelequia que libere energías a través de lo que expone e impone una determinada obra. Es como si se respirara desde  otro proceder y se latiera bajo efectos inconmensurables. El objeto artístico acaba siendo, visto así, un material indispensable donde entra en quid la complicidad entre nosotros y el mundo; un enlace espiritual decisivo; un puente que actúa aunando; un continuo movimiento, preciso e imprescindible, para  beneficio del  destino humano.
Hay muy pocas obras que puedan escapar al deseo caprichoso de su significación, muy pocas que no sean forzadas a provocar un alcance que esté vinculado a intereses convenientemente comerciales, pocas que no hayan llegado a través del filtro de una idea específica interesada; muy pocas que aparezcan libres, novedosas, mágicas, originales, que inviten a desentrañar misterios y anuncien nuevos horizontes intelectuales sin la ayuda de muletas oportunas ya conjeturadas. Estas obras son, emocionalmente, las imprescindibles. “El mejor juicio es el que dicta el tiempo”, nos diría el escritor Ernst Jünger. 
Una verdad antropomórfica es intervenida, en cuando entra en un circuito sea del tipo que sea ante previa incubación o combinación más o menos consciente, logrando de esta suerte hacerse conocimiento y discernimiento, algo que se desborda a través de símbolos novedosos surgidos para ser procesados en la mente debidamente estimulados, generando una especie de embarazo –proceso de creación- que al cabo realizará la brillante transformación  abriéndose como en un parto ante lo otro, los otros. La razón prima (pasajes, enseres, conveniencias y esencias diversas) es depositada atendiendo a un estricto orden compositivo como si de una necesidad ineludible y vital se tratara: el objeto creado, se convertirá en objeto aparecido y encontrado, abierto a necesarios desarrollos y avances que han de adaptarse a las necesidades comunicativas del autor y de la sociedad en la que vive. A veces es el propio azar quien actúa, dejando el artista que obre sobre su conciencia,  pues éste no sabrá cómo finalizará la obra  hasta que sienta que el arte le transmite encantamientos. Pese a ello, sentirá que nunca finalizará del todo esa obra, ni alcanzará toda la magia soñada. En todo caso, lo logrado  hay que saberlo temporizar y, desplegándole alas, dejarlo volar con destino –ojala- a un  meritorio universo artístico.

Barcelona.-Septiembre.-2012. 
©Teo Revilla Bravo




jueves, 17 de octubre de 2019

ESPEJISMO…


"Poema 9" 2010. Acrílico sobre papel. Tres piezas 45 x 195 cm. Obra del pintor uruguayo residente en Barcelona, Claudio Bado.









ESPEJISMO…

                        A mi gente barruelana


Se desmoronan muros, estandartes y banderas,
se rompen como imposibles sueños dormidos;
se extienden como alborotadas golondrinas
sin posible elevación acrobacia ni vuelo..

Se agrava el viento de la sierra aparecido
con girones de esparcidas sangrantes heridas,
choca contra nervudos farallones lastimando
ecos de valles y pueblos dormidos.

Llega con amenazas de muerte el destrenzado
lobo de la mala uva dividiendo espacios,
desterrando humanos silogismos con afilados
colmillos de prolongada estremecedora  crueldad .

…………………………………………………….

Al renacer del mal sueño aparecen alegres pájaros
poblando el cielo. La alta torre de la soledad
abre de par en par sus puertas y entra la voz
radiante de la vida. Desde lo alto de la sierra
la tenue luz del sol siembra el valle de ilusiones.
    
    Un ámbito de paz posible -noche, sueño, magia,
espejismo-,cruzando crepúsculos sostiene 
con brillante tonalidad savia de avivados designios...

Las aves, extendiendo alas sobre el amplio paisaje
santullano, lanzan esperanzados silbidos.

Rompe fronteras la tarde.



OCÉANOS DE  TIERRA Y LUNA

(Cuaderno  VIII. De 1984 a 1987)
©Teo Revilla Bravo.


jueves, 10 de octubre de 2019

BANALIZACIÓN DE LA SOCIEDAD


"El hijo del hombre" obra de René Magritte.

El Hijo del Hombre, en francés, Le Fils de l'Homme, es una pintura realizada por del pintor surrealista belga en 1964, una de sus obras más conocida pintada como si fuera un autorretrato. 








BANALIZACIÓN DE LA SOCIEDAD


Uno tiene cierta edad, y echa de menos en la distancia de los años, aspectos que en otrora de la vida resultaban cómodos, amables, oportunos. La banalización de la sociedad actual, tan mediatizada por los medios digitales y analógicos, obligan a gentes de mi generación a permanecer en las trincheras, algo tristes por no compartir ciertos “progresos” o aspectos de la ciencia actual, aunque siguiendo alentando sueños imposibles. Me agradaría, por momentos, poder retornar a los años de mi intensa juventud, momento crucial en muchos aspectos. La gente entonces teníamos verdadero interés por las cosas que sucedían, creíamos en la posibilidad de transformar la sociedad para bien de todos, lo demostrábamos con devoción, énfasis y esperanza. El entusiasmo cubría y encendía las conversaciones entre amigos con quienes compartíamos un vivo interés por escuchar y sentir la música exuberante y generosa de la época, atendiendo a aquello que entonaban nuestros cantautores sensibilizándonos, bailando y tocando la guitarra u otros instrumentos a ritmos de los grupos de pop y  rock, asistiendo a las veladas de la sala Zeleste, o acudiendo a la discoteca Les Enfants terribles situada al costado del carrer de Les Tàpies. Pasear por las Ramblas observándolo todo empapándonos de vida, era un aliciente, era todo un regalo. Como lo era tropezar con Ocaña y su cohorte de variopintos amigos maricas abriéndose paso transformados con mil colores, para manifestarse -haciendo frente a la policía- mostrando como fuera su orgullo gay, todo un símbolo de la represión de la época y la lucha por las libertades….

       Todo aquello hoy es papel mojado y la sociedad es otra con sus aciertos y fracasos, en esta ciudad condal de hoy, todos somos conscientes, nada es igual. La banalización e indiferencia hacia el otro y lo otro predomina, sumándose a ello el tráfico de drogas, la prostitución a la vista, la violencia callejera en una escala antes impensable, etc. Pasear hoy por esa vía es una verdadera agonía: uno tiene que abrirse paso entre gentes y turistas deambulando sin ton ni son en torno a un abanderado guía. Ha cambiado la ciudad. Se ha abierto al turismo, pero se ha cerrado peligrosamente –uno echa a faltar aquellas jornadas libertarias plenas de pacifismo y colores- en lo común, en lo social y vecinal. En cuanto a lo político, sólo se siente el constante enfrentamiento partidista por conquistar, mediante consignas, soflamas y banderas, la calle, algo que en nada favorece la convivencia de quienes la habitamos.

La llamada revolución digital y al consumo enfebrecido, gobiernan y anulan la razón de la mayoría de la gente. Las redes sociales han aportado al ser humano ligereza y agilidad a la hora de poder comunicarse, pero también lo han encerrado en un solo juguete, impidiendo el uso noble de la palabra con los otros. La conversación, el tacto, el beso o el abrazo, el sentir el olor de la piel del amigo, la charla con el vecino en torno a un café, etc., se pierde sin remedio.

Igual sucede con el amor por las cosas. Esas pequeñas cosas que representaban tantas ilusiones como era salir de casa e ir a comprar el disco especial recién aparecido, sintiendo el toque de su artística portada a la vez que nos envolvíamos en mágicos ensueños. Así como pasear por las  librerías –casi ya no quedan- donde curiosear y comprar libros que nos llenaban de fantasía, conocimientos y buenas historias. Era también sentir pasión por objetos seductores y emblemáticos con los que adornar la habitación. Todo tenía entonces un sentido especial, casi totémico, que se mostraba e intercambiaba, se prestaba, regalaba o compartía. Se ha perdido, sí, el concepto de la obra atesorada, de los objetos guardados con mimo, de las colecciones o recopilaciones fascinadoras. Llegó el consumismo, todo caduca al rato. Nuestros ojos solo están atentos -a menudo embobados- a lo que aparece en una iluminada en apariencia seductora pantalla…  

Uno tiene cierta edad, es inevitable, pero no quiere que la falta de enigma, de  magia, creatividad y amistad, cambie, altere, o apague su vida.


Barcelona, diez del diez de 2019. 
©Teo Revilla Bravo.






sábado, 5 de octubre de 2019

COMPONENTE EMOCIONAL. ARTE


Obra de Arístides Maillol,  pintor, grabador y escultor catalano-francés.











COMPONENTE EMOCIONAL. ARTE 



El hombre ante el misterio. El hombre situado ante un espejo que le restablezca la propia efigie emocional, en lo posible la más desnuda. El hombre interrogándose, buscando explicaciones y respuestas imposibles a través del arte, gravitando sobre una suerte de anexo o reflejo fiel que le ayude a comprender, mediante expresiones más o menos gratificantes, la magnitud o significancia de su existir. Cuando estos enunciados se convierten en arte, nos permiten anhelar la perfección latente que toda persona lleva consigo través de la misma mirada, acto afortunado de lo que sentimos como inspiración o transfiguración estética filtrada desde la identidad entusiasta de nuestro ser. La mirada ha de ser fotográfica, no tanto en la forma de captación vehemente como  en la de la misma personal esencia; ha de recoger, como lo hace la lente de la máquina fotográfica, esa  serenidad que logra captar la aparición de la idea, del objeto o la obra. El arte, aún inconscientemente, nace como una búsqueda necesaria que pone a prueba o analiza la realidad, de tal manera que nos ayude a canalizar la vida y situarnos ante ella. Su función es llegar, transformar, desahogar y conmover, como reflejo de un continuo avance. Cuando nos impresionamos o emocionamos todo se revoluciona dentro de uno. Así nace o cobra valor el arte que se refleja en obras realizadas por el hombre, pero es de la naturaleza de donde recogemos sus esencias y aprendemos. Para que esto sea así, ha de tocar las fibras  sensibles del artista que realizará la obra, y por ende las del potencial espectador que la contemple. Como si uno y otro lo hicieran a través de una trascendente y comunicativa respiración, producida milagrosamente en las entrañas vitales del hermoso pulmonar del alma, imperioso propulsor que junto al corazón nos mantiene vivos. 
La esencia del arte pictórico es esencialmente la luz, medio para la omisión de significados concretos en su  revelación experimental, al formar un lenguaje universal que permite conocer los aspectos más positivos y amplios del alma humana. En las obras artísticas es la expresión lo que funciona como filtro simbólico del pensamiento, y es el acto de fe –poesía- lo que permite rendir culto a los valores más altos. En arte, los personajes, sus rostros, los paisajes, las formas abstractas, el lápiz, el barro, la palabra, la nota musical, etc., son proyectados hacia una luminiscencia inherente al ser. Éste, el artista, los realiza iluminado por el exterior, bañado por esa luminaria que anuncia el evento inesperado, sutilmente recogido, que de otra forma se perdería. Es algo que se da muy bien en fotografía, pero también en toda obra artística, musical o literaria, de tal modo que quede apresado en una suerte aura o hálito fluido y sensible. Sin arte, la humanidad se asfixiaría. O como diría el genio de  Nietzsche: “sin el arte –la música en su caso- la vida sería un error”.  El hombre ha de experimentar para intentar  entender el entorno en que vive, con callada tortura o el alegre goce: obrar es existir. Nada ni nadie responde claramente a esa llamada de auxilio vital que lanzamos desde bien temprano. Lo creado debe de sobrevivir y establecer una situación poética de transferencia, pócima, elixir, cura, que nos ayude a situarnos ante la savia emocional de la existencia y así tratar de comprenderla. En esa correspondencia uno podría encontrar quizás, el principio a la solución del problema que se genera, que no es otra cosa que la ansiedad por avanzar. Las obras han de tender a significar el momento en que se vive en creación, y del mismo modo el que siente el espectador sin tener que sufrir  desazón  pretendiendo forzar significados. Las mentes han de permanecer libres y sin condicionantes. Quizás todo sea más simple de lo que parece y nos compliquemos perdiéndonos en constantes valoraciones. Reflexionar con calma, y obrar, pues la ansiedad es una mala compañera que genera exigencia, rápidas expectativas, posibles bajos resultados, y por ende malas referencias y peores explicaciones.
Es a través de las obras de arte, que se puede uno avenir con la existencia atravesando órbitas, abriendo caminos, confinando pesadumbres, aliviando ansiedades, liberándonos en lo posible mientras se sondea ese viaje interminable que es la vida. EL anhelo del artista, ha de crear ámbitos atemporales de interrogación, ha de lograr comunión con los otros hallando armonía desde  el placer de reflejar la vida y la realidad estructurando la moral de cada época, expresando conflictos internos y externos, denunciando y ayudando a satisfacer y mejorar la subsistencia.
El artista camina  tras lo mitológico. Va hacia donde el presente sea un absoluto integrador, una habitable soñada eternidad llegada a través de una obra bruñida con luces que van dirigidas directamente al corazón, a los procesos comunicativos, a fortalecer los valores de la humanidad y sus necesidades estéticas y de conocimientos, de tal modo que se establezca una visión novedosa de la realidad, optimizando en lo posible los procesos de comunicación y de integración en lo social transformable.
El componente afectivo en el arte ha de estar explícito e implícito, coronando la obra con una poderosa carga emotiva; ha de ser un sonoro grito de libertad, rabia, gozo o expectativa. Sin corazón, no hay obra. El arte es una necesidad para la propia marcha de la existencia humana; es un grito libertario, desgarrador, emocional, turbador, que nace de las fibras más sublimes, transgresoras y sensibles. Si esto no se produce la obra está muerta, o simplemente no es. El arte y el hombre son indisociables. No hay arte sin individuo, pero tampoco habría individuo sin arte. Es así de sencillo desde que la humanidad comenzó a utilizar las manos y a generar un complejo lenguaje con ellas. Sabemos que el mundo se hace más inteligible a través de las distintas facetas artísticas que se van desarrollando a lo largo de los tiempos. Por eso la labor provocadora ha de tener un lirismo innato, un latigazo esclarecedor, una alerta o emoción poética que impulse sensaciones. La obra de arte, cualquier obra, ha de convencer, haciéndonos descubrir el soplo de la creación, el Aleph, el deseo de partir desde el mismo origen tras la exploración de los ricos enigmas que atesora ese universo que contiene la grandeza del propio ser. La obra de arte -verdadero lujo de la existencia-, es logro, es la bondad de sentir lo asequible necesario, desafiado, investigando, deteniéndonos a escuchar el murmullo de los pensamientos, el rumor de pasos y el rumor del aire, el latir de la sangre, el hálito enriquecedor, los ritmos cardíacos y circulares que señalan vida y muerte.


Barcelona.-Agosto.-2012
 ©Teo Revilla Bravo.


jueves, 3 de octubre de 2019

ASOMARME AL MUNDO


"Retrato de Delacroix" pintado por Antoine León Riesener









ASOMARME AL MUNDO


Asomarme al mundo, tocar sus latidos
sentir el impulso azul de un tiempo
bravío al que asisto alucinado 
-más perdido que encontrado- en el único 
paisaje posible que  en mí permanece.

Asomarme al mundo con aliento
encendido. Invocar el sutil aroma
que las cosas desprenden, y mirarte
de soslayo entre la luz que misteriosa
nos cerca entre la sombra que sutil te evita.

Asomarme al mundo para sentir, pródigo,
que la imagen que el espejo me devuelve
de ti es real, que a los sesenta y tantos
–corazón en un puño, pulso en las sienes-
aún me emociono como un niño que llora
alentando expectativas y cantos.

Como un niño, sí, perdido en la cuna
del amor y del recuerdo, que va traspasando
afanoso la rígida e inexorable crueldad
de un tiempo que huye hacia el ocaso…


“SOLEDADES” (Provisional)
 Cuaderno  XVIII ( 2013 al 2014)
©Teo Revilla Bravo.