"El hijo del hombre" obra de René Magritte.
El Hijo del Hombre, en francés, Le Fils de l'Homme, es una pintura realizada por del pintor surrealista belga en 1964, una de sus obras más conocida pintada como si fuera un autorretrato.
BANALIZACIÓN DE LA SOCIEDAD
Uno tiene cierta edad, y
echa de menos en la distancia de los años, aspectos que en otrora de la vida
resultaban cómodos, amables, oportunos. La banalización de la sociedad actual,
tan mediatizada por los medios digitales y analógicos, obligan a gentes de mi
generación a permanecer en las trincheras, algo tristes por no compartir
ciertos “progresos” o aspectos de la ciencia actual, aunque siguiendo alentando
sueños imposibles. Me agradaría, por momentos, poder retornar a los años de mi
intensa juventud, momento crucial en muchos aspectos. La gente entonces teníamos verdadero interés por las cosas que sucedían, creíamos en la posibilidad de
transformar la sociedad para bien de todos, lo demostrábamos con devoción, énfasis
y esperanza. El entusiasmo cubría y encendía las conversaciones entre amigos con quienes compartíamos un vivo interés por escuchar y sentir la música exuberante y
generosa de la época, atendiendo a aquello que entonaban nuestros cantautores
sensibilizándonos, bailando y tocando la guitarra u otros instrumentos a ritmos de
los grupos de pop y rock, asistiendo a las veladas de la sala Zeleste, o acudiendo a la
discoteca Les Enfants terribles situada al costado del carrer de Les Tàpies. Pasear por las Ramblas observándolo
todo empapándonos de vida, era un aliciente, era todo un regalo. Como lo era tropezar con Ocaña y su
cohorte de variopintos amigos maricas abriéndose paso transformados con mil
colores, para manifestarse -haciendo frente a la policía- mostrando como fuera
su orgullo gay, todo un símbolo de la represión de la época y la lucha por las libertades….
Todo aquello hoy es papel mojado y la sociedad es otra con sus aciertos y fracasos, en esta
ciudad condal de hoy, todos somos conscientes, nada es igual. La banalización e
indiferencia hacia el otro y lo otro predomina, sumándose a ello el tráfico de
drogas, la prostitución a la vista, la violencia callejera en una escala antes
impensable, etc. Pasear hoy por esa vía es una verdadera agonía: uno tiene que abrirse paso
entre gentes y turistas deambulando sin ton ni son en torno a un abanderado
guía. Ha cambiado la ciudad. Se ha abierto al turismo, pero se ha cerrado
peligrosamente –uno echa a faltar aquellas jornadas libertarias plenas de
pacifismo y colores- en lo común, en lo social y vecinal. En cuanto a lo político, sólo se siente el constante enfrentamiento partidista por conquistar, mediante consignas, soflamas y banderas, la
calle, algo que en nada favorece la convivencia de quienes la habitamos.
La llamada revolución
digital y al consumo enfebrecido, gobiernan y anulan la razón de la mayoría de
la gente. Las redes sociales han aportado al ser humano ligereza y agilidad a
la hora de poder comunicarse, pero también lo han encerrado en un solo juguete, impidiendo el uso noble de la palabra con los otros. La conversación, el tacto, el beso
o el abrazo, el sentir el olor de la piel del amigo, la charla con el vecino en torno a un café, etc.,
se pierde sin remedio.
Igual sucede con el amor
por las cosas. Esas pequeñas cosas que representaban tantas ilusiones como era salir de casa e ir a comprar el disco especial recién aparecido, sintiendo el toque de su artística portada a la vez que nos envolvíamos en mágicos ensueños. Así
como pasear por las librerías –casi ya no
quedan- donde curiosear y comprar libros que nos llenaban de fantasía,
conocimientos y buenas historias. Era también sentir pasión por objetos
seductores y emblemáticos con los que adornar la habitación. Todo tenía entonces un sentido especial, casi
totémico, que se mostraba e intercambiaba, se prestaba, regalaba
o compartía. Se ha perdido, sí, el concepto de la obra atesorada, de los objetos
guardados con mimo, de las colecciones o recopilaciones fascinadoras. Llegó el consumismo, todo caduca al rato. Nuestros
ojos solo están atentos -a menudo embobados- a lo que aparece en una iluminada en apariencia seductora pantalla…
Uno tiene cierta edad,
es inevitable, pero no quiere que la falta de enigma, de magia, creatividad y amistad, cambie, altere,
o apague su vida.
Barcelona, diez del diez
de 2019.
fijate siempre vivi con alguien al cual he amado.... Hoy libre de mente no quiero nadie a mi lado
ResponderEliminarHe encontrada la línea perfecta entre lo que soy y creo
Mi libertad es grandiosa
No tengo que sonreir si yo no quiero.
Cama afuera muchacho
y tu rostro cambiará tu vida
Me han contado que eres triste y callado aunque asi yo no te vo
Ni triste ni callado sino todo lo contrario, Mucha. En todo caso, el amor siempre ilumina nuestras vidas, simplemente hay que evitar que esa luz no se apague.
EliminarUn abrazo.
La verdad es que el mundo está cada vez más individualizado y quizás por ello cuesta encontrar el lugar en donde uno se sienta a gusto, donde vuelva a sentir la felicidad que brota de una simple flor cuando se entrega con amor. Hay lugares que ya no son los mismos, nosotros tampoco lo somos, pero está en nuestro interior encontrar el nido adecuado, las compañías y amistades que nos hagan sentir bien. Mirar menos a las máquinas y más a los ojos, dar abrazos de verdad y limpiar nuestro entorno de todo lo que molesta...y si no podemos, siempre nos quedará París, rememorando la frase de Casablanca. Besitos
ResponderEliminarLa verdad es que has dado una contestación muy satisfactoria a este escrito que refleja añoranzas y remembranzas de años pasados cuando no estábamos tan pegados a las máquinas. La robotización avanza a marchas forzadas.
EliminarBesos.
Me encantaría haber conocido y paseado por esos lugares que evocas.
ResponderEliminarPor desgracia es una tónica general que las ciudades se vuelvan junglas artificiales y deshumanizadas.
Enhorabuena por tu texto.
Qué razón tienes, Verso. Sucede con todo. La humanidad avanza hacia un estilo de vida mecanizada, o robotizada como digo yo. Sólo las personas sensibles, el mundo del arte en general, la buena gente que conserva sentimientos nobles, puede detenerlo o frenarlo.
EliminarGracias, apreciada amiga.
Inevitable destino el que provoca tu acertada reflexión. Supongo que nuestros mayores pensaron algo similar en la época en que asumieron el papel que hoy desempeñamos. Aunque, tal vez, hoy vaya todo más rápido... o así me parece.
ResponderEliminarIndudablemente, todo va más rápido, Francisco. Pero no sé hacia dónde como no sea a la locura colectiva.
EliminarUn abrazo.