SOROLLA, PROLONGADA NOSTALGIA DEL MAR…
Aunque afincado en Madrid donde pasó la mayor parte de su vida, Sorolla nació influido por el mar en la ciudad de Valencia donde vivió su infancia. Por ese motivo conservó durante toda su vida recuerdos y añoranzas por las playas levantinas, algo que se refleja en su obra al trasmitirnos con sus pinceles el recuerdo brillante de los juegos infantiles, del frescor de las aguas y las brisas, de la libertad de caminar, correr y jugar por la suave arena, del calor del sol y sus mágicos reflejos. Su vida estuvo vinculada de manera estrecha a los paisajes costeros de la comunidad valenciana, pero también a los de algunos lugares de las Islas Baleares y de otros situados en el norte cántabro, lugares costaneros que supo captar con una maestría extraordinaria. A estas obras pintadas en playas y litorales las denominó como “Lo natural”, fluyendo en ellas el mar como tema fundamental y reiterativo, sin duda el que más apasionó al pintor pues le gustaba escaparse donde estuviera para ir a pintar al borde del mar.
Sorolla, a través de estos ejercicios, hizo un esfuerzo enorme por despojarse de los prejuicios que tenemos al observar el mar, entrenando y educando la mirada a su observación en profundidad asimilándolo avivadamente para pintar deprisa y así poder captar los momentos fugaces —ya que en el mar todo sucede muy rápido— de tal manera que los ojos pudieran descubrir en la obra mientras pintaba lo que estaba viendo al natural: "Me sería imposible pintar despacio al aire libre aunque quisiera (...) Hay que pintar deprisa, porque ¡cuánto se pierde, fugaz, que no vuelve a encontrarse!" Este interés por el mar no deja de crecer a lo largo de su existencia, y en cuadros como el de Mar de Valencia (1899), baja la mirada hacia el agua, y desde la cercanía analiza sin prejuicios lo que ven sus ojos.
Las claves de esta pintura marina, eran la estética luminosa unida al optimismo, algo que sabía vender bien en sus cuadros de mares y vidas —hombres, mujeres, botes, pescadores, niños felices—, en torno a las playas. Sorolla era un pintor afortunado que creaba obras llenas de color. Y nos llenó la vista de mar, de arenas, de jardines, y de momentos familiares al aire libre, sin corsés y llenos de vida, pero sobre todo de esa impresionante luz mediterránea que llevaba retenida como pocos en la memoria y en el alma, reflejo de un peculiar impresionismo gracias a la luz y el color tan personales. Un detalle importante, porque esa distancia física (que no de remembranza y sentimiento), es la clave para analizar el punto de obsesión que tuvo Sorolla al repetir una y otra vez la misma pasión de reflejar el mar y la luz.
El cainismo nacional, pese al pronto éxito de su obra en Estados Unidos, no cesó de criticarle por ir a contracorriente de los estilos en boga en el comienzo del siglo pasado cuando las grandes revoluciones artísticas aparecían sin descanso. En los últimos años el artista utiliza la pintura al natural, pero liberando el cuadro del motivo: la luz y el color crean una realidad autónoma. De esta época es su famoso “En la playa”, Biarritz (1906) y también las obras creadas en Cala Sant Vicenç en Pollença donde Sorolla pasó unos días de descanso junto a su mujer y su hija Elena. Es el momento en que pinta: "Unas impresiones de color, pero muy ligeras". Será su último verano de pintura, ya que el 17 de junio de 1920 sufriría un ataque cerebral que le dejó incapacitado para volver a manejar pinceles. Impresionante y sorprendente la inmensa labor de Sorolla reconocida como la del maestro de la luz y del color.
Barcelona. Enero. 2015.
©Teo Revilla Bravo.