ENTRE PALABRAS Y SILENCIOS

martes, 14 de mayo de 2024

EL LECTOR DE POESÍA


The novel Reader 1888, obra de Vincent van Gogh





Todo lector de poesía tiene o desarrolla un perfil único. La palabra poesía se la asocia a algo personal e intransferible, ya que cada escritor y lector la vive desde esa  perspectiva. Es por eso que los estilos, las afinidades, lo inquietante y atractivo son recogidos de forma diferente, siéndolo en todas las artes en general. 

El joven que se inicia busca la novedad. Le va en ello la fiebre por descubrir, a menudo sin reparar en los clásicos, entendidos como poetas de larga trayectoria, lo que las editoriales publican como novedoso. Van tras lo que creen vanguardia, tras la diferencia innovadora y original que creen, obviando un legado inconmensurable de cultura necesario para formarse, para acabar cayéndose, obnubilados por ese afán, hasta hacerse daño: sin bases donde sostenerse, no se puede mantener equilibrio. Eso sí: para llegar a entender y saborear a los autores clásicos, es imprescindible tener muchas lecturas y una amplia cultura. El camino no es fácil. Nada en el arte lo es aunque hoy se banalice todo y triunfe con harta frecuencia la tontería. La poesía siempre se ha leído poco y ha tenido escasos compradores, pues es un género para minorías sensibles, generalmente ilustradas.

 Vivimos una época de inmediatez, de mensajes rápidos, sencillos, directos, como los emoticones que en nada ayudan entorpeciendo o anulando la palabra escrita. Tampoco ayuda la complejidad que a veces llevan los mensajes asociados a la poesía, al trabajar el poeta con imágenes que le llegan del inconsciente apareciendo y escondiéndose como si fueran a  revelar secretos imposibles de resolver. Al buen lector no le preocupa esa oscuridad aparente que pueda esconde el poema: sabe que tras la primer lectura su alma puede haberse emocionado sin saber bien por qué, no importándole regresar de nuevo al poema y releerlo, pues sabe que puede conseguir algo más en el ritmo, en su construcción, en su fondo, en lo que sea que le afecte, seduzca y recoja: el cerebro está preparado, si no para entenderlo del todo por complejo, sí para sentir el inmenso mundo de las sensaciones que con la lectura se abren. La mirada detenida es la clave, pues los efectos llegan y se nombran solos. Lo importante es cautivar las palabras, evocarlas y renombrarlas, llegar a lo que Juan Ramón Jiménez pedía a su inteligencia: “El nombre exacto de las cosas”. Leer a otros nos inspira, como lo hace la misma vida.

 

Barcelona, marzo del 2024

 

 

 

ARTE Y POESÍA III

©Teo Revilla Bravo  




 

jueves, 2 de mayo de 2024

LA POESÍA COMO SENTIMIENTO II


 "Safo y Alceo" pintura del neerlandés Lawrence Alma-Tadema (1836-1912)





 LA POESÍA COMO SENTIMIENTO II



        En el afán por hallar sensibilidad, sentimiento y sentido a la vida, una de las facetas que más me han interesado para lograrlo es sin duda la incursión en la literatura, concretamente en la poesía. Pero no todo aquello que leo —y leo mucho— satisface ese reclamo. Con frecuencia tropiezo con poemas que pudieran considerarse de hechura impecable, perfectos en su construcción, consonancia, léxico y ortografía a veces rubricados por firmas de verdadero prestigio, no olvidemos algunos panfletarios del mismo Neruda, de Alberti y de otros, dedicados a asuntos políticos por poner ejemplos conocidos aunque no sean ejemplos específicos del asunto al que me refiero. Aludo a poemas que, una vez leídos, apenas dicen algo que emocione. A menudo tan sólo son poemas cuidadosamente escritos, donde el autor se volcó en medir la métrica al milímetro y en lograr perfección, pero que al leerlos uno nota que le faltó lo sustancial, lo que llega a tocar el alma.  

La poesía es arte y es sentimiento,  es una forma personal de concebir y vivir la vida. El poeta al escribir, se compromete con el hombre, le habla con el corazón en la mano, le proporciona campos para hallar o descubrir la propia sensibilidad, le ofrece claves para ver la vida desde su lado más natural y sensible. Un buen deseo, un gozo, un sufrimiento, el amor o desamor, una locura hermosa o una paranoia oscura, la denuncia de una injusta situación, la maravilla de un paseo, lo que fuere que el poeta sienta, ha de ser consustancial con el poema. 

El poeta ha de creerse lo que cuenta, ha de volcarse en ello con las mejores armas literarias que posea. Y no: no hace falta hallar la perfección, que no existe, pues esa labor sea métrica y rítmica, blanca o libre, puede ser más un despropósito que un acierto si falla lo esencial que es lograr transmitir emoción de manera penetrante, conveniente y convincente, qué es lo que interesa decir y cómo decirlo, cómo convertir las palabras en arte y entusiasmo, algo que no se aprende en academias ni en supuestos talleres de propagada escritura, tan en boga hoy.

        La realidad de quien escribe ha de nutrirse de sentimiento. Éste ha de ser escrito en el bloc del corazón, para que pueda ser leído luego fuera. Al igual que en pintura donde unos trazos aparentemente manchados de color son capaces de contar lo que el alma del artista quiere decir, en poesía no se necesita artilugios ni malabarismos retóricos para hacer algo hermoso y convincente, agrandándose el escrito si quien lo lee es contagiado de la emoción de quien lo escribe, algo que veces se consigue tras varias lecturas conscientes de que lo esencial en poesía es saber qué quiso decir el autor, qué sentimientos pretendió plasmar, qué nos evocan los versos; luego el poema, como  en todo arte, quedará abierto a interpretaciones personales, otro de sus fines principales. Para llegar a dominar el arte poético se ha de leer con atención e indagar en lo leído. Donde habita el genio, habita el arte; donde habita el sentimiento, habita la poesía.


        Barcelona. ─Enero de 2016.
        ©Teo Revilla Bravo.