"Estación de San Lázaro" de Claude Monet
El pintor francés, como buen impresionista que era, pinta al aire libre, no utiliza el negro, le gusta lo fugaz, instantáneo y cambiante como las nubes, el agua, los reflejos lumínicos, o el vapor y el humo como en este caso concreto de la estación que nos ocupa...
DESAZÓN EN LA SALA DE ESPERA
Envuelto entre los nudos que forma la cálida noche
estival, ahí donde las arañas entretejen sus telas sin lograr hacerse oír y la
yedra corretea imperceptiblemente
–difuso clamor, oscuras verdades- marcando
altura entre los húmedos muros de la vieja estación de Livorno, se desploma el cansancio huyendo de andanzas insostenibles.
Hay gusanos de la noche que duermen acurrucados
en sandalias, deportivos, y zapatos cansados de despistados viajeros ahora echados en
sacos de dormir sobre los duros bancos de la sala de espera.
La humedad, que gotea desvelos y malos sueños, es llanto
amargo, es pesadilla de inquietud y desvelos. No se encuentra postura, se retuercen incómodos
los cuerpos, buscan aovillarse -sin conseguirlo- e intentar pasar las horas esperando un tren que no llega.
El tiempo se consume lentamente, mientras la
noche se alarga como sombra interminable configurándose en fantasmales formas o en espanto; la briosa cruz de la iglesia de enfrente, se agarra a un clavo ardiendo para seguir
resistiendo, mientras las emociones que despiertan calvarios estelares, agrietan -páramos de olvido- baldías superficies.
La descomposición del abismo, se muestra -obscena
y maloliente- en el escaparate de las risas flojas que pueblan el andén donde varios jóvenes juegan, entre perros rabiosos de gruesa guedeja y tiempo huido, a tocar sin gracia una manida guitarra española. Notas desmedidas que se pegan -minutos
sin luz- a los cristales opacos del bar.
La nostalgia hace mella en los ánimos de quien
no puede alcanzar las glorias de Katmandú.
Y sin embargo, amor, qué belleza los fugaces y
esquivos cielos de este Livorno que parece retenernos a la fuerza...
La atmósfera irrespirable, turbia y mutilada, atrae opacos sonidos que ahuyentan -caminantes descolgados del tiempo y de la historia- a juglares, hippies y poetas. La aparición de formas fantasmales en la tensa noche, peina corbatas, puños
y sonrisas, en los oscuros edificios acristalados de la ciudad moderna.
Puede ser una catástrofe nocturna de
considerables magnitudes esta noche larga que se alarga; puede ser una paz de
esparto este intranquilo dormitar, donde se revelan mochilas y bolsas tiradas a
la basura del sopor y del cansancio; quizás, estos instantes, solo sean sueños
rotos en la esquina de la vida, mezclados con viajeros suspiros, lágrimas, sudor y orina.
La modorra, en el fondo de un pozo con
proyección de río profundo, sombra es que busca -entre cerrar y abrir los ojos,
entre silbidos y ronquidos de quienes mal duermen esperando la hora señalada de
ese tren que no pasa- su eterna gloria.
El convoy de la madrugada se resiste, llega con
mucho retraso, quizás sea un tren sin ida ni retorno, longitud marchita,
lagarto estirado en los raíles de los sueños hechizado por el impacto beatífico
de la blanca luna.
La noche, sus horrores trama: el gorrioncillo
que cantaba feliz y vital en un alto arbolito del parque en la cálida tarde estival, es
cadáver, al filo de la aurora, en la dilatada noche del bochorno; el pobre,
paradojas de la vida, cayó del árbol, murió de frío, desánimo
y lástima…
Livorno (Italia), 21 de julio de 1980.
DESDE EL FONDO
Cuaderno V. 1978 - 1980
©Teo Revilla Bravo.
Bellísimo relato que cautiva por fondo y forma, haciendo honor a ese maravilloso cuadro, uno de mis favoritos sin duda. Felicidades, amigo Teo.
ResponderEliminarNoche viajera en un viaje por Italia, Francisco, en momentos en que el cansancio hacía mella y se intentaba paliar mientras se esperaba un tren nocturno....
ResponderEliminarGracias por tu acercamiento y gracia por tus palabras amigas.
Fuerte abrazo.
Es un hermoso relato, con fondo poético y un final que por sí sólo podría ser un hermoso y triste escrito de una espera agotadora.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Besitos.
Gracias por meterte en esa estación de Livorno, que posiblemente hoy no reconocería, Karyn.
ResponderEliminarUn abrazo.