Imagen de la Capilla de los Scrovegni de Padua.
Obra maestra absoluta del arte, construida por deseo de un rico usurero de la ciudad, llamado Enrico Scrovegni. Tuvo la suerte de ser decorada con frescos, realizados por el gran Giotto en 855 días, entre los años 1302 y 1305. Destinada a ser usada como capilla aneja al deslumbrante palacio, construido sobre un anfiteatro romano del año 60 a. C., su interior presenta casi 1000 metros cuadrados de pinturas dedicadas al Antiguo Testamento.
COBIJARNOS…
Cobijarnos,
permanecer un momento
dentro de
lo que observamos y descubrimos,
deslumbrados,
absortos y reverentes,
tras los mágicos
secretos de las ruinas,
restauraciones
de capiteles, ábsides o cimborrios,
piedras de
iglesias y basílicas –San Antonio
de Padua-, templos
que el tiempo fiel
mantiene,
en cuyas techumbres excrementaron
sin cesar,
siglo tras siglo, pájaros y palomas.
Cobijarnos
entre estatuas desnudas
o
semidesnudas, entre cruces, cerámicas
y óleos
religiosos del Museo Cívico.
Hacernos sitio
entre turistas empedernidos,
para apreciar,
mirada ávida, los diseñados
esculpidos cuerpos,
obras de voluntariosos
artistas como
el Crucifijo de madera de Giotto,
pero también obras de Bellini, Giorgione,
Tiziano, Veronese, Tintoretto, Tiepolo.
Pinturas,
esculturas, aladas sensaciones,
pájaros
errantes paseando y sobreviviendo
-tal tú y
yo ahora, amor-, por el tobogán
secreto por
donde se deslizan, sublimes
espejos, hombre, progreso, cultura.
Cobijarnos
envueltos en las sombras
y penumbras
de las arquerías de los claustros
o palacios;
pasear por la Plaza de los Señores;
sentarnos
sumisos bajo la sombra de los altos
cipreses en
umbrías y calmos jardines
-así el Botánico-,
tras escuchar ensimismados
y respetuosos
un gregoriano armónico cántico,
una sonata,
un nocturno triste de Chopin,
o la hermosa
poética serenata nocturna
de Mozart, ambos
atrapados en sin igual instante.
Cobijarnos
en fin, en todo el ropaje atemporal
del arte;
hacerlo como asombrados niños
recién
aparecidos protegidos en la cálida cuna
de la
civilización, ensimismados entre sábanas
y frazadas
de ítalos cielos, bajo un sol de peso
aplastando
nuestras testas; hacerlo saciando
nuestros
ojos, paduana belleza, sumidos en la luz
que
voluntarioso atesora el aire...
Padua
(Italia). Dieciséis de julio del 1980.
A Celeste, in memoriam. Treinta de mayo de 2017.
A Celeste, in memoriam. Treinta de mayo de 2017.
DESDE EL FONDO
Cuaderno V. 1978 - 1980
©Teo Revilla Bravo.
Me imagino que esas imágenes deslumbraron en su momento y al desarrollar el poema volvieron a alumbrar y desencadenar vivencias de ese viaje especial, al menos así se siente en tus versos y nos haces acompañarte. Besitos
ResponderEliminarCreo recordar, solía ser así, que los poemas de viaje surgiesen ese mismo día al anochecer, llegados ya cansados al hotel; al menos en su radiografía. Era la necesidad de constatar la emoción lograda con lo visto, aún alborotando el corazón.
ResponderEliminarFuerte abrazo Karyn.
La dedicatoria 'in memoriam' revierte el sentido de ese 'Cobijarnos'. Aunque no quiero estar de acuerdo, admiro ese elogio al pasado como cuna de nuestra civilización. Un abrazo, Teo.
ResponderEliminarGracias, Mauricio. Muy respetable lo que dices y agradecido por lo del elogio...
EliminarAbrazo.