EL LABERINTO
Los laberintos se han creado, más que para intentar hallar escapatoria y salir de ellos, para perdernos dentro de sus complejos caminos y dar vueltas sin fin por los mismos. El mayor laberinto es el que habitamos, el que se desarrolla dentro de nosotros mismos. Cuando somos conscientes de que estamos presos de ese particular enredo, pretendemos salir de la intrincada red de sensaciones y cavilaciones imposibles de resolver. La salida no es la solución. Ésta se halla en la búsqueda misma, en el hecho de sumergirnos dentro de lo más enrevesado de nosotros mismos para intentar esclarecer los problemas que ocasiona la vida misma alejando los fantasmas que nublan la voluntad. Si procuramos salir del laberinto, estaremos caminando por la inmensidad de nuestro mundo, ese misterioso libro abierto para el poeta sufí. Pero el destino, de nacimiento a muerte, es el intento mismo, la experimentación, la búsqueda incesante de soluciones a nuestras preguntas, es la infinitud.
No todos vamos tras el mismo destino, aún caminando por el mismo sendero por donde pasan o han pasado otros. Nuestro destino es diferente porque somos seres únicos. Los otros muestran, motivan o son apariencias tras las que se esconden realidades de las que puede ser que aprendamos de logros y miserias, conscientes de que no siempre lo mostrado es lo certero aunque sea verdad indiscutible para otros. Vivimos en el mundo de las paradojas y apariencias, de algo interesante o no que no tiene porqué ser insufrible ni lo contrario.
Un día me pregunté que era lo que le atraía tanto leer a Miguel de Unamuno, a un buen amigo inmerso en búsquedas existenciales y no supo contestarme algo convincente, así que traté de leer todo lo que cayó en mis manos del escritor y pensador vasco en un intento por hallar la propia respuesta, cayendo en la cuenta de que no es otra que el sentimiento frustrante que aparece al luchar por la vida cuando uno se sabe de antemano derrotado, aún enarbolando instantes de dicha y alegría en un intento por hacerle frente a la tristeza, la soledad, la meditación y al encierro, aspectos que parecieran estar invadiendo y tensionando constantemente por unas cosas o por otras el ánimo. Quizás ese encierro en el laberinto sea una forma de purgar el pecado de la megalomanía y del delirio, tentativa de redención -mea culpa- de los propios pecados a la vez que un afán por reencontrarme conmigo mismo. Así logré olvidar las preocupaciones del amigo y lo que me llevó a leer, hace ya tanto tiempo, al sufrido Unamuno y su sentimiento trágico de la vida.
La gran verdad es que del laberinto no se sale, se le habita.
Barcelona, diciembre del 2020.
©Teo Revilla Bravo.
El laberinto es la vida misma, esos senderos que parecen guiarte, para luego presentarte cambios en el destino, ramales que no sabes si te llevarán al destino deseado, que casi siempre es salir, quitarse la desesperación de encima y casi no te das cuenta, que lo más divertido es justamente estar dentro, perderte, valorar esos momentos, porque no hay que olvidar que al encontrar la salida, el juego llega a su fin. Muy bueno el escrito. Besos
ResponderEliminarKaryn, la vida es un laberinto, a veces entretenido, otras cruel. Ahí nos desenvolvemos como podemos intentando encontrarnos, hallar respuestas, salir del atolladero mental en el que nos metemos nada más nacer, culpa quizás de la sociedad que hemos organizado. Por tanto, la respuesta siempre es ese intento de hallar la libertad que representaría la salida del mismo. Un abrazo.
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