"Por amor al arte" Obra de Zao Wou Ki, nacido en Pekín el 13 de febrero de 1921, y fallecido en Nyon, Suiza, el 9 de abril de 2013. Fue un pintor influenciado por Paul Klee, pero fue derivando hacia la sutileza y poesía del arte abstracto
SUTILEZAS
Sin
argucia, sin sofisma, sin esa amable y especial efervescencia que provoca la
sensibilidad, pero también la sagacidad, la viveza, el instinto lince de quien
escribe, no hay literatura, no hay palabra, no hay verso que se aprecie y
llegue. El don o sutileza en la escritura, como en cualquier otro distingo artístico,
es inherente, aunque se aprendan las técnicas o se consiga, con tesón y mucha
voluntad, dar con las claves que nos permitan ponerlo –efecto, valor poético o
artístico- en funcionamiento. Esta es la principal característica o don que ha
de tener quien desee transmitir, desde esa isla tranquila o perturbadora -depende
del día o de la circunstancia que se dé- el poeta. Algo en todo caso admirable,
sea mediante la letra escrita o la obra artística.
Clarividencia.
Si tenemos una conciencia íntegra de lo que queremos y debemos expresar, la
facilidad de aserción está ganada en muchos terrenos. A partir de ahí, tenemos
que saber qué queremos decir o contar, qué vamos a compartir, sabiendo que
luego cada lector percibirá de ello sensaciones y matices diferenciados,
efectos provenientes del panel de mandos de ese centro emocional que cada uno
posee en su cerebro, desde donde interacciona e interpreta a su manera,
diferenciándonos, de una circunspecta manera, unos de otros como individuos. La
obra, una vez realizada, nos pertenece muy relativamente, ya que luego, dada a
leer o publicar, viaja sola y se instala en corazones receptivos con signos muy
personificados. Ojalá que creciendo en interés y en proyección, agrandándose en
perceptibilidad y magnificencia.
El
poeta no posee el rol extraordinario de llegar con voluntad propia, ni de poder
crear con perfección aquello que desearía mostrar en toda su viveza y
sentimiento, ya que toda imagen pertenece al mundo fantástico de la naturaleza
y ésta es inabarcable tanto la exterior como la que habita en nuestro más
recóndito interior. Más que creador, el artista es imitador. A veces, gran
imitador, ya que copia guiado por el asombro. Aprendemos, observando
persistentemente lo que nos llama la atención proyectando, si tenemos la
suficiente habilidad para hacerlo, las imágenes captadas al papel, a la tela, a la piedra, a la partitura, etc.,
sensibles a esa naturaleza que nos dicta qué hacer desde su original deslumbramiento
e innata proposición. Lo importante al fin y al cabo, es acomodar bien ese
asombro, ante la instintiva necesidad de hacerlo. Mostrar, a través del poema,
del escrito o del quehacer artístico que nos ocupe, la capacidad para abordar
la sorpresa y la ilusión. Momentos en que vemos surgir la obra, quizás sin
entenderla ni haberla matizado ni conceptuado debidamente en nuestros cerebros,
pero sí en nuestros corazones: “Uno,
que viene de la sorpresa, se sorprende de que se sorprendan”. En
esto reside, posiblemente, la magia de la poesía, la ilusión o deliro del arte:
en descifrar imágenes asombrosas, aunque tengan apariencia sencilla; en propiciar
un maravilloso juego alquimista, que prodigue entendimiento y asombro.
El
arte es el medio, o la pócima, que regula nuestra salud intelectual, creando saludable bienestar. Todo sucede,
aunque no logremos escribirlo-describirlo, aunque no logremos entenderlo o
precisamente por ello. En arte todo acontece para bien y como por encanto. Ahí
está, aquí está, en cada aliento, en cada golpe de respiración o concentrado
silencio, la magia. Es en ese contexto cuasi místico, cercano al éxtasis, es cuando
de verdad el poeta escribe versos, el novelista novelas, el artista pinta o
modela su obra, el músico compone su partitura, el escultor saca chispas de la
piedra y la humanidad crece en positivos desarrollos. Todo está sujeto a las
maravillosas leyes compensatorias que dicta el universo a nuestro paso por la
vida. Sublime encanto de las palabras y de las obras, delicado eco del
sentimiento. Sutilezas, compensando desaciertos y desastres, que agrandan
enormemente el concepto humano haciéndonos mejores.
“Un
hombre mira hacia la luz que aparece por sorpresa en medio de la oscuridad. Hay
lágrimas de emoción en sus ojos. Una radiante abierta sonrisa se desprende de
sus labios…”
Barcelona.-Enero.-1013
©Teo Revilla Bravo.
Denso, intenso artículo del que entresaco, no obstante, ideas renacentistas: tal, la "imitatio". Tampoco me queda clara la visión del receptor en el arte ni los límites del autor y su obra. Se toca, sí, pero sin profundidad. Hubiera deseado más esencia y menos cantidad. Pero le felicito.
ResponderEliminarPedro, traigo acá el comentario que dejé en Órbita literaria:
EliminarAcepto totalmente tu crítica, bien venida sea. Sí matizar algo sobre lo que expresas: En principio, no trato de mostrar la labor de Zao Wou, ni es mi pretensión, expongo ese trabajo suyo de manera ilustrativa, y lo elijo porque creo que no la conoce mucha gente; acompaña, simplemente, al escrito. En cuanto a éste, no trato de exponerlo con pretensiones de maestro, que no lo soy ni alcanzo a tener conocimientos como tales. Mis escritos nacen de un impulso ante el papel sobre temas que siento -practico pintura, me gusta escribir- y me agradan, intentando comunicárselo con todas mis limitaciones a quienes quieran acercarse a ellos. Gracias, pues, por tus sinceras palabras, por la atención de dejarme tu enriquecedor comentario, bueno es que no nos durmamos en la autocomplacencia.
Un abrazo grande.
El maestro sabe hacer y el artista hace saber. El maestro tiene conocimientos y el artista sensibilidad. Gracias por regalarnos la tuya, Teo. Abrazos.
ResponderEliminarFrancisco, amigo, muchísimas gracias por tu visita, por tus palabras certeras, por tu amistad muy valiosa para mí.
EliminarUn abrazo inmenso.