Obra de Manolo Oyonarte, pintor (expresionismo abstracto) y arquitecto madrileño.
LA PINTURA COMO UNIVERSO NECESARIO
Guiados por una
enorme curiosidad que nos lleva directamente a contemplar y valorar una obra de
arte, desbordados por la sensibilidad que no sabemos cómo nos ha provocado, aprendemos a reflexionar, a sacar valores, a advertir aspectos únicos y asombrosos, abriéndonos a lo más sensible del ser
humano. Arte y poesía para hacernos caer, susceptiblemente, en el embeleso.
Toda obra que apreciamos genera una suerte de viaje onírico, una sensación de
gozoso vértigo, una vía novedosa y deslumbrante. Al contemplar esa obra, podemos entrar en el magno
universo del arte, casi sin percatarnos. Al observarla con tanto interés, es como si
se creara para nosotros expresamente de nuevo. Cada espectador que se asoma a ella y la
reclama con la mirada, con el alma, con cada sentimiento que se estructura en
su mente, la hace inevitablemente suya. Decía
Fernando Pessoa: “Primero hay
que soñar el objeto, y luego darle nombre”. He ahí el valor real
del arte. Lo es cuando excede al momento que le dio el creador al confrontar
observaciones con anhelos realizando la fantasía de poderlos llevar a la
destreza imaginativa, a la creación. Hay que examinar con toda la atención
posible la vida; intentar poseer, en lo eventual, su riqueza magnética y necesaria; hay
que sentir el ensueño -telúrico-recrearlo-,
estimulando nuevas perspectivas.
Así aflora el
portento del milagro creativo: ordenar en un lienzo, papel o donde quiera que
pueda darse, aquello que ocupa en nuestra
mente, obsesivamente, una emoción, dándole cauce como se le da a un río
desbocado para poderlo controlar. Hemos de dejarnos caer, en el vértigo del arte, de la mejor manera; desarrollémosla, entregados, con verdadero interés y cuidado.
El artista dicen que es el confidente de la naturaleza, quien la expresa mejor,
quien sabe dibujar y colorear los diálogos que se producen en ella. Como cuando
estamos ante una bella panorámica o ante una simple flor como diría, creo
suponer, Auguste Rodin; o bien situados frente al mar, la montaña, o ante la mirada
y el quehacer del hombre cuando le alumbra la razón interior. El artista ve y
siente crecer los tallos de las plantas, surgir la lágrima como rocío en
delicada hierba, abrirse la sonrisa como si estuviera ante un hermoso espejismo
de luz, apreciar la poesía con cada deslumbrante atardecer. El creador necesita
copiarlo todo como diría Miguel
Ángel; llevarlo a algún lugar delicado apoderándose de esa energía que al
circular nos impregna de vida, de nobles y extraordinarios sentimientos. Platón
diría: “También el alma, si quiere
reconocerse, tendrá que mirarse
en otra alma”.
Ante nuestros ojos, a
nuestro mismo alcance, en todo lo que contemplamos, tocamos, sentimos y amamos,
está contenido el universo. De ello quiere hacerse eco el artista por pura
necesidad anímica. Que nadie le pregunte cómo y por qué, porque no sabría responderle. Es así, posiblemente, desde el mismo nacimiento, madurando poco a poco desde la infancia. Y es que el ojo infantil, abriéndose a la vida, no contaminado aún
por los desastres que va dejando el hombre social en las conciencias condicionándolas, cuando no manipulándolas, no moraliza, no ejerce poder, no critica ni condiciona, es
libre. Esta libertad es lo que ha de mantener
en lo posible.
A través de los medios de que dispone, el artista pinta, inventa, indaga, expresa, compone, crea. Lo que le diferencia precisamente de otros seres humanos, es esa capacidad que tiene para llegar al fondo de lo que necesita expresar en batalla inteligente. Trazar una línea, dar un color, ampliarlo en las dimensiones de una tela o soporte, para lograr que funcione como generosa sorpresa, es el fin. De este modo el pintor entra en una lid perpetua. Quizás obsesiva. Necesita tener la capacidad de poder abrir las puertas de la percepción, traspasarlas, e indagar. No importa en qué o dónde mete el ojo para hallar su objetivo: “Una remolacha bien pintada es tan buena como una Madonna bien pintada”, nos decía con mucha razón Max Liebermann acallando muchas voces que hacen del arte algo elitista según graduales, absurdas, contemporáneas valoraciones. Todo puede tener sentido artístico. Todo, absolutamente todo, pues el arte es reflejo de lo que observamos y vivimos. Hasta situaciones de leves indefiniciones pueden ser trasformadas en aventuras creativas aún no habiéndose hallado una forma concreta, pues el arte va más allá de toda forma o apariencia. Por una cuestión de azar y sensibilidad del autor, puede comenzar a cristalizar casi sin que éste se dé cuenta, o a través de largo proceso. Pintar es eso. A veces comenzando por una pequeña minucia, inquietud que va agrandándose creando la necesidad de ser plasmada y transformada en magia.
A través de los medios de que dispone, el artista pinta, inventa, indaga, expresa, compone, crea. Lo que le diferencia precisamente de otros seres humanos, es esa capacidad que tiene para llegar al fondo de lo que necesita expresar en batalla inteligente. Trazar una línea, dar un color, ampliarlo en las dimensiones de una tela o soporte, para lograr que funcione como generosa sorpresa, es el fin. De este modo el pintor entra en una lid perpetua. Quizás obsesiva. Necesita tener la capacidad de poder abrir las puertas de la percepción, traspasarlas, e indagar. No importa en qué o dónde mete el ojo para hallar su objetivo: “Una remolacha bien pintada es tan buena como una Madonna bien pintada”, nos decía con mucha razón Max Liebermann acallando muchas voces que hacen del arte algo elitista según graduales, absurdas, contemporáneas valoraciones. Todo puede tener sentido artístico. Todo, absolutamente todo, pues el arte es reflejo de lo que observamos y vivimos. Hasta situaciones de leves indefiniciones pueden ser trasformadas en aventuras creativas aún no habiéndose hallado una forma concreta, pues el arte va más allá de toda forma o apariencia. Por una cuestión de azar y sensibilidad del autor, puede comenzar a cristalizar casi sin que éste se dé cuenta, o a través de largo proceso. Pintar es eso. A veces comenzando por una pequeña minucia, inquietud que va agrandándose creando la necesidad de ser plasmada y transformada en magia.
Barcelona--Enero.-2013.
Creo que es muy propicia la cita de Platón en relación a las sensaciones que deben fluir al observar una obra de arte, verse reflejado, sentirse un ser armónico en el paisaje encontrado, en la mirada, en los colores escogidos...eso como espectador del arte, pero como pintor, como creador, debemos tener claro que el lienzo requiere no sólo de técnica, que también, pero lo más importante es el alma que se ponga en la obra. Decía Marc Chagall: El arte debe ser una expresión de amor o no es nada. Y si puedo citar a otro personaje que no es pintor pero que sabe muy bien de lo que habla al comentar que "el arte nos permite encontrarnos y perdernos al mismo tiempo":Thomas Merton. Eso creo que es justamente la magia del arte. Besitos
ResponderEliminarPues son unas imágenes, Karyn, muy afortunadas, realmente sentidas y donde posiblemente sus autores se miraban a la hora de crear y sentir. Gracias por esos aportes. La pintura, como todo arte, refleja el alma de quien la creó y el espíritu de quien la hace luego suya.
EliminarUn abrazo inmenso de buena mañana en tiempos complicados. .