Obra de Ramón Romero Altares.
Pintor singular, madrileño, casi podría decir que "maldito" si esta palabra no estuviera cargada de tan fuertes significados, pues fue un artista muy peculiar e introvertido, con grandes problemas de personalidad. Esa que anula o multiplica las creaciones y tendencias artísticas. A uno se le vienen a la mente Munch, Van Gogh y otros.
MÁS OPINIONES SOBRE
ARTE
No se puede imponer un modelo de libertad donde
todo se pueda considerar arte, donde todo el mundo sea estimado fácilmente apto para la creación, porque al
hacerlo así se pierde la importancia de las técnicas conceptuales y materiales
usadas para su realización, su calidad, y el concepto mismo de la creatividad.
En cuanto a esto, no olvidemos que ésta parte de dentro del individuo más que
desde una noción colectiva de aprendizaje, aunque ello, evidentemente, también
sirva para alcanzar objetivos.
El arte requiere preparación, elaboración y
esfuerzo. Hay que arriesgar. Hay que implicarse en la obra y perderse en ella
con celo innovador, desde los mismos impulsos que la determinan. Una obra que
haya supuesto un gran esfuerzo, acabará siendo, tarde o temprano, dignamente
considerada, habrá merecido la pena. Esas otras surgidas al azar reproduciendo
esquemas mecanizados, suelen ser simples aparatos estéticos carentes de
verdadera vida interior, ya que no transmiten ningún valor esencial ajustándose
a ciertas modas; por tanto, son indolentes. Sin embargo, el mercado del arte,
está encantado con producciones en serie que simulan ser únicas e incunables. Sabe
que la moda vende, y, sabe que en cuanto
acabe una racha productiva con pingües dividendos, habrá otros objetivos, ya se verá en qué y dónde. Lo comercial no se
detiene, es la base del capitalismo, y el arte está secuestrado por él. Con el
fin de enmascarar tales abominaciones, se enalteció el concepto de
coleccionismo y mercantilismo, creándose valores abstractos que permitieron
dotar engendros estéticos de vida artificiosa, con frecuencia elitista y
críptica, con claves ininteligibles que no llegan con frecuencia al hombre de
la calle, lo que lo convierte en algo
escéptico y con frecuencia engañoso.
La belleza en arte es el cómo y no el qué, es la
belleza en sí y no el asunto tratado, creo haber leído en alguna parte. El
artista ha de conservar su identidad ante todo; ha de ser libre, aún estando
sujeto a ciertos cánones, muchas veces involuntariamente; pero estos no han de ahogarle ni anularle, sino ser una ayuda.
El desafío conlleva involucrarse en un asunto de intuición, hallar el justo
equilibrio entre la fragilidad y la tiranía de la duda siempre latente, pues no
hay un camino real para llegar a la certeza absoluta: crear es también tener que
improvisar.
El
arte que merece ser contemplado ha de ser un arte inquieto, a veces realista,
otras abstracto, pero siempre arriesgado, sacrificado, audaz, comprometido, llevando implícito en sí complicados estímulos psicológicos;
han de translucir valores con conceptos profundos, obtenidos a través de los
miedos e inseguridades que con frecuencia
atenazan al autor. De todas formas, la noción de lo que es arte, siempre estará
sujeta a profundas polémicas. El artista ha de saber atrapar los complicados
estímulos que lo regulan y evitar la discusión. La polémica, en tal caso, debe
formarse dentro, en lo personal e íntimo, pues su significado varía según la personal,
la cultura de la época, los movimientos artísticos que se siguen, etc. Estamos condicionados.
Arnold Hauser decía que “las obras de arte son provocaciones con las cuales
polemizamos pero que no nos explicamos”, ya que las interpretamos de acuerdo
con nuestras propias finalidades, gustos y aspiraciones;, transponiéndoles un
significado cuyo origen está en nuestras formas de vida, y en nuestros hábitos
mentales. Por eso es difícil llegar a una conformidad, y quizás sea bueno que sea
así, que esa imposibilidad en que se manejan los términos es precisamente uno
de sus valores. El arte representa la vida, nuestra propia visión de la misma,
y ésta no es ni debe caer en la aquiescencia, ha de haber un impulso constante
por mejorar.
Para poder crear y otorgarle un sentido a lo
informe, se ha de caminar por la cuerda floja, ser volatinero sin red como
decía alguien. La verdadera creación es la lucha de las voluntades del artista contra
el mundo al que se enfrenta para intentar mejorarlo. El artista ha de dejar
constancia de su esencia cultural, ya que se relaciona con ella y a ella pertenece.
Cualquier otro intento, será un ensayo frustrante e irrelevante que no le conducirá
a ninguna parte.
Barcelona.-18.-02.-2010
©Teo Revilla Bravo.
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