El poeta Charles Pierre Baudelaire. Obra original de Marina Sortiriou, pintora griega.
ESCRIBIR POESÍA
Se escribe, se habla,
se repite todo monótonamente tanto… No obstante, ¿qué permanece? La
mayoría de las palabras se las lleva el viento una vez pronunciadas; las barre
la insignificancia una vez escritas; las anonada tiempo y olvido…
La poesía hay que
escribirla y sentirla libremente. Con una percepción especial, la de mantener
el equilibrio, la armonía y la medida, entendiendo que hay algo en todo ello
que merece la pena ser dicho, y que el hacerlo nos va liberando
de aspectos ásperos de la propia vida sin preocuparnos si habrá lectores receptivos
o no. La poesía no es un medio para abrumar al lector, sino para compartir con
él emociones, o en tal caso intentar agitarlo denunciando injusticias,
concienciando, abriendo el corazón a la celebración de lo cotidiano, eso que sucede en nuestro
interior, canto al amor y a la vida. El poema se convierte así en un arma de
desahogo, donde deben predominar los versos directos, en un lenguaje preciso. De
tal manera que lleguen directos al alma lectora y así sean recogidos (alejándonos
del realismo más plano) entre evocaciones y emociones. Algo que se ha de
revelar capaz de captar en la complejidad y en la sencillez, de tal manera que se
haga verdad en nuestras sensaciones, símbolo de lo que se ve y casi se palpa,
de lo que parece escapar pero logra retenerse, comunicarse, trascender:
locución, inspiración, ensueño, meditación... La poesía se lo debe todo al
silencio, y a la reflexión.
Poemas de la
metafísica personal y de la duda. Experiencias y memorias que se
interrelacionan, dando lugar a una poesía que medita sobre el paso del
tiempo, el acceso a la madurez, la pérdida de la inocencia,
el amor y el desamor, los límites de la vida, la muerte y sus
consecuencias; poesía ante el misterio o ante lo existencial incomprendido, todo
eso que bordea el escepticismo pero sin dejar que caiga en él. Acto estético,
reflejo y vigor de la experiencia, mística de la lucidez, reflexión personal, acto
de fusionar imágenes en la memoria con emoción y contenida vehemencia, compromiso,
experiencia, tensión dramática, y cierta melancolía.
El peor destino que le
cabe en suerte a toda poesía, es ser, a lo largo del tiempo, previsible,
monótona, repetitiva. Ha de alterar o tocar las fibras sensibles
propias y de quien la leyere; estando y sintiendo en presente, ha de avanzar
sobre el tiempo real, porque parte de su esencia es la intuición y el reflejo
de una sociedad siempre en movimiento y creación. La poesía ha de impulsar
novedad y frescura; ha de abrir cauces y ritmos literarios, ha de salir de la
asfixia en la que muchos la meten, pues necesita respirar libre y novedosa
siendo germen creativo en constante movimiento y expansión…
Cada poema escrito
abre un interrogante, una deliberación, un entresijo, un dilema. Quizás por
sentirnos impulsados a rehacerlo constantemente, pues lo notamos fallido en
algún punto, algo que por lo demás sucede en toda obra: la idea original, la que
empuja a su creación, jamás logra significarse del todo, siempre le falta algo,
siempre queda irresoluta. La palabra poética, al estar oculta tras la voz
convencional, hay que liberarla. Así nos lo decía muy bien Vicente Huidobro, pues
sabía que ante el poema, siempre nos sentimos rotos, decepcionados, e
impulsados a indagar más, nunca acabaríamos; o, directamente, lo romperíamos: “Sólo lo permanente cambia”, decía
Kant, haciéndonos ver que el "Ahora" ya se encuentra adelante, que es
un ahora avanzado; o, como dijo en una reflexión sobre “La palabra en el
tiempo” Manuel Ballestero:“Un vertiginoso fuera de sí mismo”.
Para un escritor, para
un lector, la poesía siempre ha de ser atrayente, mágica, novedosa, necesaria,
para ordenar la propia experiencia y darle sentido a la existencia. Ha de ser
sorpresa inefable e indefinible; un poco ambigua, abstracta e indescifrable; lector
y escritor, han de indagar, pelearse con la palabra y el verso, acomodarla al
mejor sentir. La poesía ha de ser realista, misteriosa, onírica, mágica,
surrealista, nunca acomodaticia. Hemos de dejarla manar y surgir fresca y
atrayente desde el fontanal libre del sentimiento, y beber y dejar beber
copiosamente de sus asombrosas aguas.
Barcelona.-2009
©Teo Revilla Bravo.
Imposible decir más ni mejor. Me has llenado de explicación la intuición. Gracias, Teo. Abrazos.
ResponderEliminarGracias, Francisco. Agradezco tus palabras.
EliminarIgual soy un poco extenso y confuso en mi explicación -son dudas mías-, pero es lo que hay y puedo compartir ilusionado.
Fuerte abrazo.
Difícil comentar después de haber leído nuevamente tu escrito sobre la poesía y todos los espléndidos comentarios en Órbita Artísitico Literaria, que lo magnifican aún más. Simplemente robaré un verso de León Felipe: "Dejadme, ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio." Lo hago porque pienso que algún día se te dará el lugar que te has ido ganado en el mundo poético, no sólo por tu capacidad para clarificar de dónde mana y hacia dónde va la poesía, también por crearla, por ser libre en ella y dejarla libre volar. Felicitaciones.
ResponderEliminarEsto es saber emocionar, alentar, apreciar.... Muchísimas gracias, Karyn, todo aquello bueno que aprendo sobre esto o sobre lo otro lo hago a tu lado, mucho tienes que ver en ello.
EliminarInmenso abrazo.
"De sus asombrosas aguas", y "libre y novedosa". Me quedo con eso. Una reflexión ensayística sobre la poesía muy interesante.
ResponderEliminarCarmen, ahora me percato de tu comentario y han pasado días.... Muchísimas gracias por tus cálidas palabras.
EliminarUn abrazo grande.
Con todos mis respetos, Teo: Como ensayista eres mejor que como poeta: Parece que liberas de la carga de poetizar y suelen ser mágicas o llanas tus palabras. Abrazo.
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