ENTRE PALABRAS Y SILENCIOS

viernes, 22 de marzo de 2019

VERANO EN EL VALLE DE SANTULLÁN


El río Rubagón a su paso entre los pueblos de Porquera y Revilla de Santullán, en La Montaña Palentina.










 VERANO EN EL VALLE DE SANTULLÁN

Regresar a los campos santullanos, recorrer los lugares asombrosos de sus vedes valles, sentarse al caer la tarde al borde del río contemplando la pequeña cascada que forma la poza mítica de los baños infantiles; hacerlo, al lado de la fuente La flor, del arroyo claro que se desliza sinuoso y trepidante pendiente abajo formando pasto y follaje en la extensa pradería de la luz y de la calma. Bello alboroto del alma. Toma de contacto con la natura generosa y esplendente que va filtrando a cada paso entre espacios de silencio, salud y serenidad. Arroyos, manantiales, charcos, donde uno asombrado se miraba de niño y se reconocía; lugares perdidos entre la floresta, que parecen estar para quienes a su frescor deseen tenderse y respirar. Hermosos, concentrados espacios entre luces y sombras, plácidos, casi dormidos entre lo boscoso de  los montes y majadas, tan sólo sorprendidos por los sonidos y rumores provocados por el correr del viento entre hojas que se revuelven juguetonas entre claridades y sombras al compás de los incansables zumbidos de los insectos; y, a lo lejos, los no menos perseverantes tintineos de esquilas del calmoso e inalterable ganado.

 Tardes largas del verano en que los pueblos diseminados por el paisaje, en sintonía con la naturaleza, aletargados brillan bajo un sol de fuego; tranquilidad, reposo, conexión con la naturaleza; lectura a la sombra entre el verde temblor de las hojas; refrigerio a pie de pomaradas, castaños, perales, ciruelos o manzanos, que van cuajando lentamente sus frutos dentro de cercados de piedra rodeando pendientes y laderas colmando al paisaje de un grato festón estival. Definidas y perfiladas líneas cimeras de las impresionantes montañas cántabras sobrepasando algunas los dos mil metros de altura en  un entorno geográfico espectacular, donde destaca la magnificada Sierra de Híjar protegiendo de discordancias y contrariedades la paz del valle. Desde esas magnas elevaciones -enérgicas, poderosas, soberbias- se van formando, en bruscos primero y en suaves descensos después, pequeñas aberturas de la tierra, afluentes, hilos de humedad, arroyuelos, barandales como puentes enramados sobre el diamante azul del agua cristalina, leves torrentes como el  Rubagón sinuoso y trepidante que llegará a ser río determinante en el valle. Senderos, altozanos, praderías, hermosas vistas, Brañosera y Salcedillo cimeras poblaciones de la provincia palentina, panorámicas sorprendentes y admirables.

Si andamos -o desandamos- los senderos del bosque de La Pedrosa, vemos cómo, en cuanto aparece alargado Barruelo rodeado de antiguas minas y residuos de escombreras, se va abriendo el valle: campos, aldeas, pedanías; pequeñas y ejemplares iglesias románicas impasibles al paso del tiempo construidas con piedra desnuda y muda aquietadas desde siglos, recibiendo el frescor sutil de la luz que como a otras antiguas edificaciones va humedeciendo. Todo ello rubrica, desde la sensible alejada niñez, vivencias y experiencias estivales que fueron quedando grabadas para siempre en el fondo del alma, hoy descritas desde la añoranza que produce la inevitable distancia que va recreando estampas de beldad única en el recuerdo de un cielo azul, diáfano, reverbero y vibrátil, conformando el museo natural original, incomparable y personal, de la singular Montaña Palentina.     

Deseo de perdurar en esos verdes imperecederos, aún en el recuerdo, vaharada flotante, miel de aromas que diría el poeta, pureza de aire, colores que cambian con los días, olores a hierba, barro, algas, légamo, zarzas, juncos, avellanos, robles, endrinas, hayucos, moras... O en esas nubes blancas, rápidas o lentas, cruzando azulados espacios, sembrando de luces o grisuras del cierzo los mantos verdosos de los campos palentinos. Cantos de grillos y chicharras, graznidos de cuervos, el “cri-cri, cri-cri” del grillo, el piar de alondras y otros pájaros en las ramas de chopos, tejos, abedules, robledales, hayedos, la vista de los animales de labranza a lo lejos, los sudorosos y afanados segadores, el carro al tiro de bueyes cargado de heno por caminos polvorientos hacia los graneros tras larga jornada, encantados bosques, senderos y prados abiertos a la imaginación, lugares de belleza deslumbrante y serena que se van difuminando en círculos brillantes entre parpadeos, guirnaldas de fulguras imaginadas, ecos y retumbos conmovedores, todo eso  que el tiempo no logró ni logrará acallar.  

Barcelona. Marzo del 2019.  
©Teo Revilla Bravo.

4 comentarios:

  1. Tú estás lleno de recuerdos de cada recoveco de esos bellos parajes, yo, he aprendido a amarlos y sentirme parte de la gran naturaleza que nos envuelve cuando nos acercamos al valle de Santullán. Creo que cualquiera que lea tu escrito sentirá el amor que nos une a esos paisajes. Besos

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    1. Es inevitable. Esas imágenes las tengo grabadas desde que nací. Lo hice al lado del río.... Y el monte, los campos, los bosques y praderas, las cumbres de la sierra, se metieron directamente en mi alma infantil. Hasta hoy.
      Un abrazo, Karyn.

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  2. Teo, tus palabras han agotado todas mis posibilidades de expresar lo que tan tuyo es y de lo que yo conservo grata memoria por la etapa de mi vida en que se me permitió disfrutarlo. Sólo mis sentimientos llegan a la altura de tus descripciones... El resto es placentero silencio. Abrazos.

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    1. Sé que alguien como tú puede lograr recoger íntimamente lo que he intentado transmitir torpemente con la escritura. ¿Cómo dar idea de lo que el alma sensible siente cuando pasea por esa naturaleza, aún sin dañar por fortuna, que es ese hermoso enclave de la Montaña Palentina? Tienes razón: dejemos que ese placentero silencio lo exprese mejor desde nuestro interior.
      Un abrazo.

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