Obra de William Turner. Considerado el pintor de la luz, sus obras tenían una fuerza lumínica excepcionalmente conseguida.
LA LUZ
La luz es signo de trascendencia y atavismo, el universo vital
hacia el que todo artista se orienta o a través del que es orientado. La luz es
una energía totalizadora, que no necesita más apoyaturas ni sostenes especiales porque es y circula libre ajena a toda cábala o intento de manipulación. La luz
es la inconcreción misma transformándose en presencia propagada, destello y
ejemplo de la incondicional unidad de todo lo abarcable, es la representación
y presencia misma de la vida. Hacia ese estado de luminaria propagada se
encamina el artista aún sin ser consciente de ello, en una atomización de todo
su ser por hallar la esencia de lo que desea expresar. El tiempo en el artista,
no es; el tiempo en el artista, actúa simplemente convertido en una sensación de éxtasis o vacío que se
experimenta cuando está creando, cuando intenta lo imposible olvidado de todo
elemento distorsionador exterior, cuando se halla envuelto en un trance o punto
mágico, magma vertiginoso que le conduce irremediablemente hacia la
obra considerada intuitivamente perfecta, esa obra inalcanzable e inabarcable
que siempre se escapa aún teniéndola entre los dedos.
La luz amplifica el concepto de la ilusión, y el de las formas
visuales que nos llegan con confianza, ambas formando una complicidad real
entre el sujeto y el mundo que se crea, al considerarse forma
artística a tratar. La luz es el poder de lo realizable. Se muestra a través de técnicas objetivas que convergen sobre el artista y lo por éste experimentado. El
acto artístico consiste en entrar en ese espacio de luminaria, complicidad y
atemporalidad -comunión innata e íntima-, no para dominarlo, que es algo
imposible como todo artista bien sabe, sí para utilizarlo
desde el esfuerzo y visión de cada cual, consciente de que nada ha sido decidido pues la verdadera obra está en un alcance latente, algo
siempre por concluir al ser un objetivo imposible de aprehender, ya que escapa misteriosamente de las manos transformándose en algo fundamental sin saber bien qué es. Lo que queda de admirable son pequeñas secuelas de bondad,
estelas llegadas a través del trabajo constante que llamamos obra artística.
La idea es resistir a todo tipo de inconvenientes, al ruido que se forma a
nuestro alrededor, al discurso supuestamente pedagógico o crítico de los otros,
a los rumores de dentro y de fuera que alteran el silencio privilegiado y
obligado de quien intenta un acto único de creación, tiempo místico y necesario
para el artista, catarsis, o sana obsesión. Hay que resistir a los movimientos
exteriores, al imperativo moral que lastra condiciona o coacciona, y saber
entrar en la luminiscencia creativa libres de pesos contaminantes. Las imágenes
representadas, han de ser debidamente transformadas en el papel, lienzo, madera,
piedra o lo que fuere; han de conmover, destellar, transformar, mediante el
prodigio asombroso de recoger la emisión mágica de esa la luz que nos convierte en
pequeños hijos de las estrellas.
La efusión visual sólo conoce la permuta en el arte, sólo atiende
a su transformación. La imagen o contenido que se nos proyecta, bien desde
fuera, bien desde dentro, es luz captando realidad. Y esa luz no depende ni requiere del tiempo para
crearse, sino de la visión del hombre transformándola. Para crear a
través de una imagen debe de haber un momento de intrusión, que solo puede suceder cuando los
procedimientos habituales del mundo reconocible son interrumpidos y
ordenados (o desordenados) para bien de
aclarar o concebir un mosaico de luces, quintaesencia a la que
denominamos destreza transformadora o ausencia de lo existente, algo tan obvio
y tan fácilmente aceptable cuando adquirimos el sentimiento -como en Borges-,
de que nada a nuestro alrededor es real.
Esa es la acción subversiva y maravillosa del arte: una operación mágica que se da en muy pocos, quizás por falta clara de preparación, fortaleza y sensibilidad, al fallar la desaparición de la realidad y la aparición de un universo paralelo que nos permita cierta salvación, cierta entrada en la gloria: la fenomenología de la ausencia de realidad es algo imposible de lograr, pero nos acercamos a ello a través del acto creativo, quizás encandilados u obnubilados por los objetos de luz cegadores que distorsiona toda obra atrayéndonos con magno imán.
Esa es la acción subversiva y maravillosa del arte: una operación mágica que se da en muy pocos, quizás por falta clara de preparación, fortaleza y sensibilidad, al fallar la desaparición de la realidad y la aparición de un universo paralelo que nos permita cierta salvación, cierta entrada en la gloria: la fenomenología de la ausencia de realidad es algo imposible de lograr, pero nos acercamos a ello a través del acto creativo, quizás encandilados u obnubilados por los objetos de luz cegadores que distorsiona toda obra atrayéndonos con magno imán.
Las iconografías, los escritos, las obras, todo arte, nos
hablan, nos cuentan historias, nos substraen de la inercia y del acomodo
rutinario. Ese sonido que producen las obras al hablar, una vez captado ya no
puede ser sofocado ni censurado como no sea por nosotros mismos. Y no importa
qué técnica o estilo o formas empleemos, pues siempre hay una idea que
persiste: la de la luz, la escritura, los sonidos, el dibujo, la persistencia y la armonía, la imaginación en esencia, el pensamiento imaginado. La luz subordina al hombre fisiológicamente, y también psicológicamente, es
el fundamento principal de la obra, el sentimiento, la
sensación, es el componente que otorga volumen y definición al acto creativo llenándonos de realidad. Platón dijo: “La imagen se mantiene en la intersección
entre la luz –la cual viene del objeto o sentimiento a expresar o tratar- y lo
otro que viene de la mirada –sea ocular, sea del alma-. Ahí el arte.
Del tratamiento que el artista haga de la luz, de cómo moldead los espacios y las formas
con más o menos aciertos, depende el logro de la obra. La luz, como diría el
poeta Gabriel Celaya, “Es como un pulso que golpea las tinieblas”. La creación
tiene siempre un componente nostálgico, algo que araña al artista por dentro y
por fuera, que quiere salir como sea traducido en belleza o en concepto
artístico: todo arte es un desahogo, un torrente de luz captado, es la gran
obsesión de los grandes artistas, ojalá que felizmente conquistado para ir haciendo de la humanidad algo más generoso y civilizado.
Barcelona.-2012.
©Teo Revilla Bravo
Qué buen texto, qué buen tratamaiento de la luz por escrito. Te confieso que en cuanto vi la obra lo reconocí pero no podía recordar el nombre del autor! Cosa que me enoja bastante conmigo misma y trdo más en recordar.
ResponderEliminarTodo lo que dices es una verdad casi absoluta y yo, como si me hubiese tomado un medicamento para resumir todo lo que tú dices, diría que nos ilumina no sólo la mente y el conocimiento sino también el alma, diría, que la luz en la pintura es todo eso, y además es un pensamiento positivo que fluye hasta la desesperación.
Lo de Platón no lo había leído antes y me parece excepcional, como en la Literatura, se necesita del otro que recibe para completarse ambos.
Interesante texto, y profundo contenido que ayuda a entender aún mejor lo que se siente al mirar una obra de arte.
Un abrazo, amigo mío.
Son escritos de hace unos años, que de vez en cuando reviso, Norma. Tocó ahora éste del 2012. Siempre me ha obsesionado su poder y, en arte, es la guía de quien intenta lograr una obra de verdad: sin luz, bien de dentro de uno, bien de la que nos regala la naturaleza, no hay arte. En fin, es un tema con muchos desarrollos.
EliminarMuchísimas gracias, querida amiga por detenerte a leer un texto tan extenso y quizás a momentos algo espeso, y también por su valoración que ayuda a alentar estos momentos de pensamiento y escritura. Fortísimo abrazo, que estés bien.
Hace un tiempo atrás escribiste acerca de la importancia de la luz en la pintura y está claro que dentro de una obra pictórica, la luz es de importancia vital, ella manda las sombras y la profundidad de las mismas, ella genera los blancos amarillentos o blancos azulinos dependiendo del sol o la nubosidad que se presenta en la imagen. Sin duda que Sorolla es quien mejor muestra la fuerza de la luz en la pintura, pero creo que también debemos nombrar a Turner, Hayez, Georges de la Tour y Caravaggio entre otros. Pero, esta vez nos abres la ventana, la puerta, la mente y nos dejas que esa luz entre y la veamos en todo, porque realmente está en todo, en la poesía de Gelman, obviamente que en la tuya; en la música, como en el sueño de amor de Franz Liszt, en la fantástica fotografía artística, hay tantos buenos, que no me atrevo a dar nombres y en la literatura, hay grandes autores que logran al leerlos, sentir tristeza al terminar la obra. Felicidades. Un excelente escrito como siempre. Besos
ResponderEliminarDa de sí el tema como se puede apreciar, se vé que esa luz ilumina, que la llevamos dentro y nos proporciona estímulos. Ojalá, como en tu afortunado caso, para crear con talento, querida Karyn Huberman. Tienes obras que son verdaderos portentos, pequeña joyas de arte. Luz no te falta, créeme, y estoy muy contento de poder compartirla amorosamente contigo. Fuerte abrazo.
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